Página 99 de 175
Alfredo la alcanzó y se puso a su lado, dispuesto a consolarla, cuando ella le dijo:
-¡Vete de aquí y déjame en paz! ¡No te puedo ver!
El muchacho se quedó parado, preguntándose qué es lo que podia haber hecho, pues Becky le había dicho que se estaría viendo las estampas durante todo el asueto de mediodía; y ella siguió su camino llorando. Después Alfredo entró, meditabundo, en la escuela desierta. Estaba humillado y furioso. Fácilmente rastreó la verdad: Becky había hecho de él un instrumento para desahogar su despecho contra un rival. Tal pensamiento no contribuía a disminuir su aborrecimiento hacia Tom. Buscaba el medio de vengarse sin mucho riesgo para su persona. Sus ojos tropezaron con la gramática de su rival. Abrió el libro por la página donde estaba la lección para aquella tarde y la embadurnó de tints. En aquel momento Becky se asomó a una ventana, detrás de él, vio la maniobra y siguió su camino sin ser vista. La niña se volvió a su casa con la idea de buscar a Tom y contarle lo ocurrido: él se lo agradecería y con eso habían de acabar sus mutuas penas. Antes de llegar a medio camino ya había, sin embargo, mudado de parecer. Recordó la conducta de Tom al hablar ella de la merienda, y enrojeció de vergüenza. Y resolvió dejar que le azotasen por el estropicio de la gramática, y aborrecerlo eternamente, de añadidura.
CAPÍTULO XIX
Tom llegó a su casa de negrísimo humor, y las primeras palabras de su tía le hicieron ver que había traído sus penas a un mercado ya abastecido, donde tendrían poca salida:
-Tom, me están dando ganas de desollarte vivo.
-¿Pues, qué he hecho, tía?
-Pues has hecho de sobra. Me voy, ¡pobre de mí!, a ver a Sereny Harper, como una vieja boba que soy, figurándome que le iba a hacer creer todas aquellas simplezas de tus sueños, cuando me encuentro con que ya había descubierto, por su Joe, que tú habías estado aquí y que habías escuchado todo lo que dijimos aquella noche. Tom ¡no sé en lo que puede venir a parar un chico capaz de hacer una cosa parecida! Me pongo mala de pensar que hayas podido dejarme ir a casa de Sereny Harper y ponerme en ridículo, y no decir palabra.
Éste era un nuevo aspecto de la cuestión. Su agudeza de por la mañana le había parecido antes una broma ingeniosa y saladísima.