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Había negado por pura fórmula y porque era costumbre, y había persistido en la negativa por cuestión de principio.
Transcurrió toda una hora. El maestro daba cabezadas en su trono; el monótono rumor del estudio incitaba al sueño. Después míster Dobbins se irguió en su asiento, bostezó, abrió el pupitre y alargó la mano hacia el libro, pero parecía indeciso entre cogerlo o dejarlo. La mayor parte de los discípulos levantaron la mirada lánguidamente; pero dos de entre ellos seguían los movimientos del maestro con los ojos fijos, sin pestañear. Míster Dobbins se quedó un rato palpando el libro, distraído, y por fin lo sacó y se acomodó en la silla para leer.
Tom lanzó una mirada a Becky. Había visto una vez un conejo perseguido y acorralado, frente al cañón de una escopeta, que tenía idéntico aspecto. Instantáneamente olvidó su querella. ¡Pronto!, ¡había que hacer algo y que hacerlo en un relámpago! Pero la misma inminencia del peligro paralizaba su inventiva. ¡Bravo! ¡Tenía una inspiración! Lanzarse de un salto, coger el libro y huir por la puerta como un rayo...; pero su resolución titubeó por un breve instante, y la oportunidad había pasado: el maestro abrió el libro. ¡Si la perdida ocasión pudiera volver! Pero ya no había remedio para Becky, pensó. Un momento después el maestro se irguió amenazador. Todos los ojos se bajaron ante su mirada: había algo en ella que hasta al más inocente sobrecogía. Hubo un momentáneo silencio; el maestro estaba acumulando su cólera. Después habló:
-¿Quién ha rasgado este libro?
Profundo silencio. Se hubiera oído volar una mosca. La inquietud continuaba: el maestro examinaba cara por cara, buscando indicios de culpabilidad.
-Benjamín Rogers, ¿has rasgado tú este libro?
Una negativa. Otra pausa.
Joseph Harper, ¿has sido tú?
Otra negativa. El nerviosismo de Tom se iba haciendo más y más violenta bajo la lenta tortura de aquel procedimiento. El maestro recorrió con la mirada las filas de los muchachos, meditó un momento, y se volvió hacia las niñas.
-¿Amy Lawrence?
Un sacudimiento de cabeza.
-¿Gracia Miller?
La misma señal.
-Susana Harper, ¿has sido tú?
Otra negativa. La niña inmediata era Becky. La excitación y lo irremediable del caso hacía temblar a Tom de la cabeza a los pies.
-Rebeca Thatcher.. (Tom la miró: estaba lúcida de terror), ¿has sido tú?...; no, mírame a la cara... (La niña levantó las manos suplicantes.) ¿Has sido tú la que has rasgado el libro?