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-¡Ah! ¡Una pianista!, ya veo -exclamó míster Podgers-, una excelente pianista pero quizá apenas musical. Muy reservada, muy honrada, y con un gran cariño por los animales.
-¡Eso justamente! -exclamó la duquesa, volviéndose hacia lady Windermere-. ¡Absolutamente cierto! Flora tiene dos docenas de perros Collie en Macloskie, y convertiría nuestra casa de campo en una ménagerie, si su padre se lo consintiese.
-Bueno, eso es lo que hago yo con mi casa todos los jueves en la noche -dijo riendo lady Windermere-, nada más que a mí me gustan más los leones que los perros Collie.
-Ese es su error, lady Windermere -murmuró míster Podgershaciendo una pomposa reverencia.
-Si una mujer no puede prestar encanto a sus errores, entonces no es más que una simple hembra -fue la contestación-. Pero deberá usted leer más manos para divertirnos. Venga acá, sir Thomas, enséñele la suya a míster Podgers. -Y un original tipo de anciano, ataviado con un jaqué blanco, se aproximó presentando una gruesa mano tosca, cuyo dedo medio era notablemente alargado.
-Una naturaleza de aventurero; cuatro largos viajes en el pasado, y otro por venir. Se ha encontrado en tres naufragios. No, sólo en dos; pero está en peligro de un naufragio en su próximo viaje. Es un convencido conservador, muy puntual y con una verdadera pasión por coleccionar curiosidades. Padeció una seria enfermedad entre los dieciséis y los dieciocho años. Heredó una gran fortuna alrededor de los treinta. Gran aversión a los gatos y a los radicales.
-¡Extraordinario! -exclamó sir Thomas-. Debe leer también la mano de mi esposa.
-Su segunda esposa -dijo tranquilo míster Podgers, mientras tenía aún la mano de sir Thomas entre las suyas-. Su segunda esposa; encantado.
Pero lady Marvervel, una mujer de aire melancólico, de pelo castaño y pestañas sentimentales, se negó rotundamente a exponer su pasado o su futuro; y pese a los esfuerzos de lady Windermere, no pudo convencer a monsieur de Koloff, el embajador de Rusia, ni siquiera a sacarse los guantes. La verdad es que muchas personas parecían tener miedo a ponerse frente a aquel hombrecillo extraño, y de sonrisa estereotipada, de ojos como cuentas brillantes detrás de sus lentes sostenidos por montura dorada; y cuando dijo a la pobre lady Fermor, frente a todos los presentes, que no le interesaba la música en lo más mínimo, pero que le interesaban en extremo los músicos, todo el mundo se dio cuenta de que la quiromancia era una ciencia demasiado peligrosa, una ciencia que no debería alentarse, excepto en un téte - à - téte muy íntimo.