El crimen de Lord Arthur Saville (Oscar Wilde) Libros Clásicos

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En cuanto a lord Arthur, fueron muchos los días que necesitó para reponerse de aquella terrible decepción, y por algún tiempo tuvo los nervios deshechos. Sin embargo, su excelente sentido común pronto se impuso, y su mente sana y práctica no le dejó titubear por mucho tiempo acerca de lo que debería hacer. Ya que el veneno había sido un completo fracaso, la dinamita, o cualquier otra forma de explosivo, era lo que debería probar.
En consecuencia, volvió a examinar la lista de amigos y parientes y, después de un cuidadoso examen, y de considerar detenidamente cada caso, llegó a la conclusión de volar a su tío, el deán de Chichester. Hombre de gran cultura y saber, tenía una gran afición por los relojes, y era dueño de una magnífica colección de esos contadores del tiempo, desde los más raros fabricados en el siglo xv, hasta los de nuestros días, y esto le pareció una excelente coyuntura para llevar a cabo su plan. El dónde conseguir la máquina infernal, ya era otra cosa. La Guía de Londres no le proporcionó ninguna información al respecto, y comprendía que de nada le iba a ser útil acudir a Scotland Yard en aquel sentido, pues parece que ignoraban todo lo concerniente a las actividades de los dinamiteros hasta que no ocurría una explosión, y aún así permanecían más o menos en la misma ignorancia.
De repente se acordó de su amigo Rouvaloff, un joven raso, de grandes tendencias revolucionarias, y a quien había conocido en casa de lady Windermere durante el invierno. Según parece, el conde Rouvaloff se dedicaba a escribir una vida de Pedro el Grande, y había venido a Inglaterra con el fin de estudiar los documentos relacionados con la residencia del zar en aquel país, como carpintero de ribera; pero existía la sospecha, muy generalizada, de que se trataba de un agente nihilista, e indudablemente la embajada rusa no veía con buenos ojos su presencia en Londres. Lord Arthur pensó que ése era el hombre que necesitaba para llevar a cabo sus propósitos, y una maîkana se dirigió a su alojamiento en Bloomsbury, para pedirle consejo y ayuda.

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