El famoso cohete (Oscar Wilde) Libros Clásicos

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bien conocen todos mi carácter simpático. Debierais tomar ejemplo de mí.
No podríais encontrar un modelo mejor. Ahora que tenéis esa oportunidad,
aprovechadla sin tardanza, porque voy a la Corte en seguida. Soy muy
estimado en la Corte. Ayer, el príncipe y la princesa se casaron en mi
honor. Seguramente no estaréis enterada de nada de esto, ¡como sois
provinciana!
-No os molestéis en hablarla -dijo la libélula posada en la punta de
una espadaña- Se ha ido.
-Bueno, ¡ella se lo pierde y yo no! No voy a dejar de hablar sólo
porque no me escuche. Me gusta oírme hablar. Es uno de mis mayores
placeres. Sostengo a menudo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan
profundo, que a veces no comprendo ni una palabra de lo que digo.
-Entonces debéis ser licenciado en Filosofía -dijo la libélula.
Y desplegando sus lindas alas de gasa, se elevó hacia el cielo.
-¡Qué necedad demuestra al no quedarse aquí! -dijo el cohete-. Estoy
seguro de que no habrá tenido muy a menudo la oportunidad de educar su
espíritu; aunque después de todo me es igual. Un genio como el mío será
apreciado con toda seguridad algún día.
Y se hundió un poco más en el fango.
Pasado un rato, una gran pata blanca nadó hacia él. Tenía las patas
amarillas, los pies palmeados y la consideraban como una gran belleza por
su contoneo.
-¡Cuac!, ¡cuac!, ¡cuac! -dijo-. ¡Qué tipo más raro tenéis! ¿Puedo
preguntaros si habéis nacido así o si es de resultas de algún accidente?
-¡Cómo se ve que habéis vivido siempre en el campo! De otro modo
sabríais quién soy. Sin embargo, disculpo vuestra ignorancia. Sería
descabellado querer que los demás fueran tan extraordinarios como uno
mismo. Sin duda os sorprenderá saber que vuelo por el cielo y que caigo en
una lluvia de chispas de oro.
-No lo considero muy estimable -dijo la pata-, pues no veo en qué
puede ser eso útil a nadie. ¡Ah! Si araseis los campos como un buey; si

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