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arrastraseis un carro como el caballo; si guardaseis un rebaño como el
perro del ganado, entonces ya sería otra cosa.
-Buena mujer -dijo el cohete con tono muy altivo-, veo que
pertenecéis a la clase baja. Las personas de mi rango no sirven nunca para
nada. Tenemos un encanto especial y con eso basta. Yo mismo no siento la
menor inclinación por ningún trabajo y menos aún por esa clase de trabajos
que enumeráis. Además, siempre he sido de opinión que el trabajo rudo es
simplemente el refugio de la gente que no tiene otra cosa que hacer en la
vida.
-¡Bien, bien! -dijo la pata, que era de temperamento pacífico y no
reñía nunca con nadie-. Cada cual tiene gustos diferentes. De todas
maneras, deseo que vengáis a establecer aquí vuestra residencia.
-¡Nada de eso! -exclamó el cohete. Soy un visitante, un visitante
distinguido y nada más. El hecho es que encuentro este sitio muy aburrido.
No hay aquí ni sociedad ni soledad. Resulta completamente de barrio
bajo... Volveré seguramente a la Corte, pues estoy destinado a causar
sensación en el mundo.
-Yo también pensé en entrar en la vida pública -observó la pata-.
¡Hay tantas cosas que piden reforma! Así, pues, presidí, no hace mucho, un
mitin en el que votamos unas proposiciones condenando todo lo que nos
desagradaba. Sin embargo, no parecen haber surtido gran efecto. Ahora me
ocupo de cosas domésticas y velo por mi familia.
-Yo he nacido para la vida pública y en ella figuran todos mis
parientes, hasta los más humildes, Allí donde aparecemos, llamamos
extraordinariamente la atención. Esta vez no he figurado personalmente,
pero cuando lo hago, resulta un espectáculo magnífico. En cuanto a las
cosas domésticas, hacen envejecer y apartan el espíritu de otras cosas más
altas.
-¡Oh qué bellas son las cosas altas de la vida! -dijo la pata- ¡Esto
me recuerda el hambre que tengo!
Y la pata volvió a nadar por el río, continuando sus ¡cuac.