El príncipe feliz (Oscar Wilde) Libros Clásicos

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«El es pobre y tiene demasiados parientes». -Y verdaderamente, el río estaba lleno de juncos. Entonces, al llegar el otoño, todas las golondrinas alzaron el vuelo.
Cuando ya se habían alejado, la golondrina se sintió sola, y comenzó a cansarse de su amante. «No tiene conversación» -se decía-. «Además creo que es casquivano, orque constantemente coquetea con brisa». -Y era verdad, en cuanto la brisa comenzaba, el junco hacía las reverencias más graciosas.«Además tengo que reconocer que es demasiado casero» -continuaba- «y a mí me gusta viajar, y a mi compañero, por tanto, deberá gustarle viajar conmigo.»
-«Te vendrías conmigo» -le preguntó al fin, pero el junco. sacudió la cabeza,... ¡se sentía tan ligado a su hogar!
«¡Te has estado burlando de mí!» –gritó la golondrina-. «Me marcho a las Pirámides, ¡adiós!» -y echó a volar.
Voló durante todo el día, y ya de noche llegó a la ciudad.
-«Dónde me alojaré» -se preguntó-. «Espero que la ciudad haya preparado algún lugar para mí.»
Entonces divisó la gran columna,
-«Me cobijaré allá» -gorjeó-. «Es un magnífico lugar con bastante aire fresco.» -Y así, se detuvo justamente entre los dos pies del Príncipe Feliz.
-«Tengo una habitación dorada» -se dijo quedamente después de mirar en torno suyo y preparándose a dormir; pero en el momento en que iba a poner la cabeza bajo el ala, una gran gota de agua le cayó encima-. «¡Qué raro!»-exclamó- «no hay una sola nube en el cielo, las estrellas se ven claras y brillantes, y sin embargo está lloviendo. El clima en el norte de Europa es verdaderamente terrible. Al junco le gustaba la lluvia, pero eso no era más que puro egoísmo.»
Entonces le cayó otra gota.
-«De qué me sirve una estatua, si no me protege de la lluvia» -dijo la golondrina-. «Voy a buscar el copete de una chimenea», y ya iba a emprender el vuelo pero antes de que hubiese desplegado las alas, le cayó encima una tercera gota. Entonces miró hacia arriba y vio... ¡Ah!, ¿qué es lo que vio?
Los ojos del príncipe estaban bañados en lágrimas, y las lágrimas corrían por sus mejillas doradas.

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