Página 3 de 65
a una mujer por el mero hecho de decirla un sinfín
de cosas de las que él mismo no cree una palabra.
LORD DARLINGTON.- ¡Ah! Pero es que yo las
creo todas. (Tomando la taza de té que ella le tiende.)
LADY WINDERMERE.- (Gravemente.) Espero que
no. Sentiría tener que regañar con usted, lord Darlington.
Ya sabe usted que le tengo una sincera sim8
EL ABANICO DE LADY WINDERMERE
patía. Pero se la perdería en absoluto si me convenciese
de que es usted como la mayoría de los
hombres. Créame, usted es mejor que la mayoría de
los hombres, aunque a veces quiera usted parecer
peor.
LORD DARLINGTON.- Todos tenemos nuestras
pequeñas vanidades.
LADY WINDERMERE.- ¿Y por qué cifra usted la
suya en eso?
LORD DARLINGTON.- ¡Oh! Hay tanta gente
que va por ahí echándoselas de buena, que casi me
parece una prueba de modestia echárselas de malo.
Además, todo hay que tenerlo en cuenta; si se las
echa uno de bueno, el mundo le toma a uno muy en
serio, y si se las echa de malo, creen que uno
bromea. Tal es la estupefaciente necedad del
optimismo.
LADY WINDERMERE. - Entonces, ¿usted no
quiere que el mundo le tome en serio, lord
Darlington?
LORD DARLINGTON.- ¡No, no, por Dios; el
mundo, no! En cambio, sí me gustaría que me
tomara usted en serio, lady Windermere; usted más
que nadie.
LADY WINDERMERE.- ¿Y por qué yo?
9
OSCAR WILDE
LORD DARLINGTON.- (Después de una ligera vacilación.)
Pues, porque creo que podríamos ser grandes
amigos. ¿Quiere usted que lo seamos? ¡Quién sabe!
Puede que algún día tenga usted necesidad de un
verdadero amigo.
LADY WINDERMERE.- ¿Por qué dice usted eso?
LORD DARLINGTON.- ¡Oh! Todos necesitamos
a veces de amigos.
LADY WINDERMERE. - Pero me parece, que ya
somos excelentes amigos, lord Darlington. Y espero
que lo seremos siempre, mientras usted no.