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té, querida. (Sentándose en el sofá.) Lo acabamos de
tomar en casa de lady Markby. Un té bastante malo,
por cierto. Como que apenas pudimos probarlo. No
tiene nada de extraño. Se lo suministra su propio
yerno. Agatha está loca de contento pensando en su
baile de esta noche, querida Margarita.
LADY WINDERMERE.- ¡Oh! No crea usted que
va a ser un baile de gala, duquesa. No es más que
una reunión de íntimos, en honor de mi
cumpleaños. Acabará muy temprano.
LORD DARLINGTON.- Muy temprano, muy
poca gente, y toda muy escogida, ¿no es eso?
DUQUESA.- ¡Oh! Tratándose de usted, querida
Margarita, ya es de suponer que toda será gente muy
escogida. Su casa es una de las pocas, en Londres, a
que puedo llevar sin miedo a Agatha y a mi marido.
¡Ay! No sé qué va a ser de la sociedad al paso que
vamos. ¡Se ve cada señora por esos salones!... En
los míos, por ejemplo. Y no es culpa mía. Los hombres
se ponen furiosos si no se les invita.
Realmente, deberíamos hacer una campaña contra
ellos.
16
EL ABANICO DE LADY WINDERMERE
LADY WINDERMERE.- Yo lo haré, duquesa. Lo
que es en mi casa, le aseguro a usted que no entrará
nadie que haya dado que hablar.
LORD DARLINGTON.- ¡Oh! No diga usted eso,
lady Windermere. Tendría usted que cerrarme la
puerta. (Se sienta.)
DUQUESA. - ¡Oh! Los hombres no importa. Las
mujeres ya es muy distinto. ¡Somos demasiado buenas!
Algunas, por lo menos. Pero nos están arrinconando
demasiado. Me parece que nuestros maridos
acabarían por olvidar nuestra existencia si de cuando
en cuando no les molestáramos un poco. ¡Oh!,
lo preciso nada más para hacerles recordar que tenemos
derecho a hacerlo.
LORD DARLINGTON.- ¡Qué curioso es el juego
del matrimonio, duquesa! Juego que, dicho entre
paréntesis, está cayendo bastante en desuso. La
mujer tiene todos los triunfos y, sin embargo,