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apenadísima por usted.
LADY WINDERMERE.- ¿Por qué, duquesa?
DUQUESA.- ¿Por qué ha de ser? Por esa horrible
mujer. Y todavía menos mal si no se vistiera tan
bien y fuera un poco peor parecida. Augusto, mi
lamentable hermano - usted le conoce-, un castigo
para todos nosotros; bueno, pues Augusto está
completamente chiflado por ella. Figúrese usted:
una mujer que no se puede admitir en sociedad. Hay
muchas mujeres que tienen un pasado; pero ésta me
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OSCAR WILDE
han dicho que tiene, por lo menos, una docena, y
todos ellos de gente bien.
LADY WINDERMIERE. - Pero ¿a quién se refiere
usted, duquesa?
DUQUESA.- A mistress Erlynne.
LADY WINDERMERIC.- ¿Mistress Erlynne? Es
la primera vez que oigo ese nombre, duquesa. ¿Y
qué tengo yo que ver con mistress Erlynne?
DUQUESA. -¡Pobre Margarita!... ¡Agatha,
querida!
AGATHA.- ¿Qué, mamá?
DUQUESA. - ¿Quieres salir a la terraza a ver la
puesta de Sol?
AGATHA.- (Levantándose y saliendo a la terraza.) Sí,
mamá.
DUQUESA. - ¡Qué obediente es! Y aficionadísima
a las puestas de Sol. Cosa que demuestra una
sensibilidad muy refinada, ¿verdad? Al fin y al cabo,
no hay nada como la Naturaleza.
LADY WINDERMERE. - Pero ¿qué es lo que
ocurre, duquesa? ¿Por qué habla usted de esa mujer?
DUQUESA.- ¿Pero realmente no sabe usted? Le
aseguro que todos estamos consternados. Anoche
mismo, en casa de lady Jansen, todo el mundo hablaba
de lo extraordinario que era que entre todos
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EL ABANICO DE LADY WINDERMERE
los hombres de Londres, fuera Windermere el que
se portara así.
LADY WINDERMERE.- ¿Mi marido? ¿Y qué
tiene que ver mi marido con una mujer semejante?
DUQUESA.- ¡Ah! Ésa es precisamente la cuestión
querida. Por lo menos, él va a verla continuamente y
se pasa horas y horas en su casa, y mientras él está
allí, ella no recibe a nadie.