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hacer algo! ¡Ah!
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EL ABANICO DE LADY WINDERMERE
(Entra LORD AUGUSTO con el ramo todavía en la
mano.)
AUGUSTO.- ¡Amiga mía, me tiene usted con el
alma en un hilo! ¿No podría usted darme ya un
respuesta definitiva?
MISTRESS ERLYNNE. - Escúcheme bien, lord
Augusto. Va usted a llevarse a lord Windermere al
club inmediatamente, y tratará usted de retenerlo allí
todo el tiempo que le sea posible. ¿Me ha comprendido
usted?
AUGUSTO.- Pero ¿no decía usted que deseaba
verme madrugar?
MISTRESS ERLYNNE. - (Febrilmente.) ¡Haga usted
lo que le digo!
AUGUSTO.- ¿Y qué recompensa?
MISTRESS ERLYNNE.- ¿Qué recompensa? ¡Oh,
pídamela usted mañana! Pero, ¡por Dios!, no pierda
usted de vista esta noche a Windermere. Si le deja
usted escapar, no se lo perdonaré en mi vida. No
volveré a dirigirle la palabra, ni querré saber más de
usted. Tenga usted presente que es preciso que
retenga a Windermere en el club toda la noche, y
que vuelva a su casa, lo más pronto, al amanecer.
(Sale.)
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OSCAR WILDE
AUGUSTO.- Bueno; no sé qué más puedo pedir.
Realmente, me trata ya como si fuera su marido.
¡No sé qué más puedo pedir! (La sigue entre satisfecho y
desconcertado.)
TELON
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EL ABANICO DE LADY WINDERMERE
ACTO TERCERO
Habitación en casa de lord Darlington. Un ancho
diván frente a la chimenea, a la derecha. Al fondo,
una cortina corrida, ocultando el balcón. Puertas a
izquierda y derecha. Mesa a la derecha, con recado
de escribir. Velador en el centro, con sifones, vasos
y botellas. Velador a la izquierda, con cajas de
cigarrillos, puros, ceniceros, etc. Encendidas las
lámparas
LADY WINDERMERE.- (En pie junto a la chimenea.)
¿Por qué no vendrá? ¡Esta espera es horrible! ¡Ya
debería estar aquí!... ¿Por qué no está aquí, para
reanimarme con sus palabras de fuego? Me siento