La metamorfosis o El asno de oro (Lucio Apuleyo) Libros Clásicos

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contarte cosas que se han hallado y son verdaderas, porque vosotros, de
adelante, no dudéis, si llegáis a Tesalia, esta ciudad que está aquí cerca, lo
que en cada parte de ella se dice por todo el pueblo. Y para que sepáis
quién soy y de qué tierra y qué es mi oficio, habéis de saber que yo soy de
Egina, y ando por estas provincias de Tesalia, Etolia y Beocia, de acá para
allá, buscando mercaderías de queso, miel y semejantes cosas de
taberneros; y como oyese decir que en la ciudad de Hipata, la cual es la
más principal de Tesalia, hubiese muy buen queso y de buen sabor y
provechoso para comprar, corrí luego allá, por comprar todo lo que
pudiese; pero con el pie izquierdo entré en la negociación, que no me vino
como yo esperaba, porque otro día antes había venido allí un negociador
que se llamaba Lobo y lo había comprado todo. Así que yo, fatigado del
camino y de la pereza que llevaba, si os place, hacia la tarde fuime al baño,
y de improviso hallé en la calle a Sócrates, mi amigo y compañero, que
estaba sentado en tierra, medio vestido con un sayuelo roto, tan disforme,
flaco y amarillo, que parecía otro: así como uno de aquellos que la triste
fortuna trae a pedir por las calles y encrucijadas. Como yo lo vi, aunque era
muy familiar mío y bien conocido, pero dudé si lo conocía, y llegueme
cerca de él, diciendo: «¡Oh mi Sócrates! ¿Qué es esto, qué gesto es ése?
¿Qué desventura fue la tuya? En tu casa ya eres llorado y plañido, y a tus
hijos han dado tutores los alcaldes; tu mujer, después de hechas tus

exequias y haberte llorado, cargada de luto y tristeza, casi ha perdido los
ojos; es compelida e importunada por sus parientes a que se case y con
nuevo marido alegre la tristeza y daño de su casa, y tú estás aquí, como
estatua del diablo, con nuestra injuria y deshonra.» Él entonces me
respondió: «¡Oh Aristómenes! No sabes tú las vueltas y rodeos de la
fortuna y sus instables movimientos y alternas variaciones.» Y diciendo
esto, con su falda rota cubriose la cara, que, de vergüenza, estaba bermeja,

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