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pueden robar los ladrones? ¿No sabes tú, necio, que a hombre desnudo diez
valientes hombres no le pueden despojar?
A esto él, embeleñado y medio dormido, dio una vuelta sobre el otro
lado, diciendo:
-¿Y qué sé yo ahora si dejas degollado aquel tu compañero con quien
dormiste anoche y te vas huyendo?
En aquella hora que le oí aquello, me pareció abrirse la tierra y que vi el
profundo del infierno y el cancerbero hambriento por tragarme.
Recordábaseme que aquella buena de Meroe no me había perdonado y
dejado de degollar por misericordia, sino por crueldad, por guardarme para
la horca. Así que torneme a la cámara y deliberaba entre mí del linaje de la
muerte, con ruido y alboroto, que me habían de dar. Y como en la cámara
no me daba la fortuna otra arma ni cuchillo, salvo solamente mi camilla,
díjele:
-¡Oh mi lecho muy amado, que has conmigo padecido tantas penas y
fatigas, tú eres sabedor y juez de lo que esta noche se hizo! Tú solo eres el
que yo podría citar en este homicidio por testigo de mi inocencia. Ruégote
que si tengo de morir me des algún socorro. Y diciendo esto, desaté una
soguilla con que estaba tejido y echela de un madero que estaba sobre una
ventana de la parte de dentro, y di un nudo en el otro cabo de la cuerda, y
subido encima de la cama, ensalzado para la muerte, ateme el lazo al
pescuezo; y como di con él un pie para derribar la cama, porque con el peso
del cuerpo la soga apretase la garganta y me ahogase súbitamente, la
cuerda, que era vieja y podrida, se rompió, y yo, como caí de lo alto, di
sobre Sócrates, que estaba allí echado cerca de mí. Y luego, en ese
momento, entró el portero dando voces:
-¿Dónde estás tú, que a media noche con gran prisa te querías partir y
ahora te estás en la cama?
A esto no sé si o con la caída que yo di, o por las voces y baraúnda del
portero, Sócrates se levantó primero que yo diciendo:
-No sin causa los huéspedes aborrecen y dicen mal de estos mesoneros;