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ciertas partes de sus cuerpos y cortaduras de uñas para hacer mal a los
vivos, y que las viejas hechiceras, en el momento que alguno muere, en
tanto que le aparejan las exequias, con gran celeridad previenen su
sepultura para tomar alguna cosa de su cuerpo.
Diciendo yo esto, respondió otro que allí estaba:
-Antes digo que aquí tampoco perdonan a los vivos, y aun no sé quién
padeció lo semejante, que tiene la cara cortada, disforme y fea por todas
partes.
Como aquel dijo estas palabras, comenzaron todos a dar grandes risas,
volviendo las caras y mirando a uno que estaba sentado al canto de la mesa;
el cual, confuso y turbado de la burla que los otros hacían de él, comenzó a
reñir entre sí, y como se quiso levantar para irse, díjole Birrena:
-Antes te ruego, mi Theleforon, que no te vayas; siéntate un poco y por
cortesía, que nos cuentes aquella historia que te aconteció, porque este mi
hijo Lucio goce de oír tu graciosa fábula.
Él respondió:
-Señora, tú me ruegas, como noble y virtuosa; pero no es de sufrir la
soberbia y necedad de algunos hombres.
De esta manera Theleforon enojado, Birrena con mucha instancia le
rogaba y juraba por su vida que, aunque fuese contra su voluntad, se lo
contase y dijese. Así que él hizo lo que ella mandaba, y cogidos los
manteles sobre la mesa, puso el codo encima, y con la mano derecha, a
manera de los que predican, señalando con los dos dedos, los otros dos
cerrados y el pulgar un poco alzado, comenzó y dijo:
-Siendo yo huérfano de padre y madre partí de Mileto para ir a ver una
fiesta olimpia, y como oí decir la gran fama de esta provincia, deseaba
verla. Así que, andada y vista por mí toda Tesalia, llegué a la ciudad de
Larisa, con mal agüero de aves negras, y andando, mirando todas las cosas
de allí, ya que se me enflaquecía la bolsa, comencé a buscar remedio de mi
pobreza, y andando así veo en medio de la plaza un viejo alto de cuerpo
encima de una piedra, que, a altas voces, decía:
-Si alguno quisiere guardar un muerto, véngase conmigo en el precio.