Página 42 de 254
Mas la providencia de
los dioses, que no permite a los malhechores quedar sin pena alguna,
proveyó que éste, antes que escondidamente huyese, lo prendiese esta
mañana y lo presentase ante la autoridad sagrada de vuestro juicio; de
manera que aquí tenéis a este culpado de tantas muertes; culpado que fue
tomado en el delito; culpado que es hombre extranjero. Así que, con mucha
constancia y severidad, pronunciad la sentencia contra hombre extraño de
aquel crimen y delito que contra un vuestro ciudadano pronunciárades.»
De esta manera hablando, aquel recio acusador, en fin, acabó su cruel
razón; y luego el pregonero me dijo que si quería responder a alguna cosa a
lo que aquel decía, que comenzase. Pero yo, en todo aquel tiempo, ninguna
otra cosa podía hacer sino llorar, y no tanto por oír aquella cruel acusación,
cuanto por saber y ser cierto que estaba culpado de aquel delito. Con todo
eso, Dios me dio un poco de osadía, con que respondí de esta manera:
-No ignoro yo, señores, cuán recia y ardua cosa sea, estando muertos
tres ciudadanos, que aquel que es acusado de su muerte, aunque diga
verdad y espontáneamente y de su voluntad confiese el hecho, persuada a
tanta muchedumbre de pueblo ser inocente y estar sin culpa; mas si vuestra
humanidad me quiere dar una poca de audiencia pública, fácilmente os
mostraré este peligro de mi cabeza en que ahora estoy, no por mi culpa y
merecimiento, sino por caso fortuito y con mucha razón que tuve, lo
padezco y sostengo. Porque viniendo de cenar anoche un poco tarde, y
habiendo bebido muy bien, lo cual, como crimen verdadero, no dejaré de
confesar, llegando ante las puertas de mi posada, que es en casa de Milón,
vuestro ciudadano honrado, veo unos cruelísimos ladrones que intentaban
entrar en casa y procuraban con toda diligencia de quebrar las puertas y
arrancarlas de los quicios, rompiendo las cerraduras con que estaban
cerradas, deliberando y determinando ya consigo cómo ellos habían de
matar a los que dentro moraban; de los cuales ladrones el más principal, así
en cuerpo como en fuerzas, incitaba a los otros con estas y otras palabras:
«Ea, mancebos, con esfuerzos de muy valientes hombres y alegres