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no me recuerdo, pero notado y señalado con los ojos, gestos y manos de
todos, que casi sin alma estaba pasmado. Finalmente, que habiendo comido
la pobre cenilla de Milón y tocado un paño de cabeza, por el gran dolor que
en ella tenía, a causa de las muchas lágrimas que me habían salido, tomada
fácilmente licencia me entré a dormir; y echado en mi cama, con mucha
tristeza, recordábame de todas las cosas, cómo habían pasado, hasta tanto
vino mi Fotis, que ya su señora era ida a dormir; la cual vino muy
desemejada de como ella era: la cara no alegre, ni con habla graciosa, mas
con mucha tristeza y severidad, arrugada la frente y temerosa, que no osaba
hablar. Después que comenzó a hablar, dijo:
-Yo misma, de mi propia gana, confieso, yo misma digo que fui causa
de este enojo.
Y diciendo esto, sacó un látigo del seno, el cual me dio y dijo:
-Toma este látigo; ruégote que de esta mujer, quebrantadora de fe,
tomes venganza, y aun si te pluguiere, cualquier otro mayor castigo que te
pareciere; pero una cosa te ruego, creas y pienses, que no te di ni inventé
este enojo, de mi gana, a sabiendas: mejor lo hagan los dioses que por mi
causa tú padezcas un tantico de enojo; y si alguna adversidad tú has de
haber luego, la pague yo con mi propia sangre. Mas lo que a causa de otro a
mí mandaron que hiciese, por mi desdicha y mala suerte se tornó y cayó en
tu injuria.
Entonces yo, incitado de una familiar curiosidad, deseando saber la
causa encubierta del hecho pasado, comienzo a decir:
-Este látigo, malo y falso, que me diste para que te azotase, antes morirá
y lo haré pedazos que tocar con él en tu blanda y hermosa carne. Pero
ruégote que con verdad me digas y cuentes en qué manera éste tu yerro se
convirtió en mi daño; que por tu vida, que la quiero como la mía, a ninguno
podría creer, ni a ti misma, aunque lo digas, que cosa alguna pensases
contra mí en daño mío; pero los pensamientos sin malicia, si en contrario
cuento sucedieren, no son de culpar ni echarlos a mala parte.