Página 7 de 233
No obstante, añadió otras señas para hacerme comprender que se me daría de comer y beber en cantidad suficiente y buen trato. Con esto intenté una vez más romper mis ligaduras; pero cuando volví a sentir el escozor de las flechas en la cara y en las manos, que tenía llenas de ampollas, sobre las que iban a clavarse nuevos dardos, y también cuando observé que el número de mis enemigos había crecido, hice demostraciones de que podían disponer de mí a su talante. Entonces el hurgo y su acompañamiento se apartaron con mucha cortesía y placentero continente. Poco después oí una gritería general, en que se repetían frecuentemente las palabras Peplom Selan y noté que a mi izquierda numerosos grupos aflojaban los cordeles, a tal punto que pude volverme hacia la derecha. Antes me habían untado la cara y las dos manos con una especie de ungüento de olor muy agradable y que en pocos minutos me quitó por completo el escozor causado por las flechas. Estas circunstancias, unidas al refresco de que me habían servido las viandas y la bebida, que eran muy nutritivas, me predispusieron al sueño. Dormí unas ocho horas, según me aseguraron después; y no es de extrañar, porque los médicos, de orden del emperador, habían echado una poción narcótica en los toneles de vino.
A lo que parece, en el mismo momento en que me encontraron durmiendo en el suelo, después de haber llegado a tierra, se había enviado rápidamente noticia con un propio al emperador, y éste determinó en consejo que yo fuese atado en el modo que he referido -lo que fue realizado por la noche, mientras yo dormía-, que se me enviase carne y bebida en abundancia y que se preparase una máquina para llevarme a la capital.
Esta resolución quizá parezca temeraria, y estoy cierto de que no sería imitada por ningún príncipe de Europa en caso análogo; sin embargo, a mi juicio, era en extremo prudente, al mismo tiempo que generosa. Suponiendo que esta gente se hubiera arrojado a matarme con sus lanzas y sus flechas mientras dormía, yo me hubiese despertado seguramente a la primera sensación de escozor, sensación que podía haber excitado mi cólera y mi fuerza hasta el punto de hacerme capaz de romper los cordeles con que estaba sujeto, después de lo cual, e impotentes ellos para resistir, no hubiesen podido esperar merced.
Estas gentes son excelentísimos matemáticos, y han llegado a una gran perfección en las artes mecánicas con el amparo y el estímulo del emperador, que es un famoso protector de la ciencia.