Los viajes de Gulliver (Jonathan Swift) Libros Clásicos

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Capítulo IV


El autor sale de Laputa, es conducido a Balnibarbi y llega a la metrópoli. -Descripción de la metrópoli y de los campos circundantes. -El autor, hospitalariamente recibido por un gran señor. -Sus conversaciones con este señor.
     Aunque no puedo decir que me tratasen mal en esta isla, debo confesar que me sentía muy preterido y aun algunos puntos despreciado; pues ni el príncipe ni el pueblo parecían experimentar la menor curiosidad por rama ninguna de conocimiento, excepto las matemáticas y la música, en que yo les era muy inferior, y por esta causa muy poco digno de estima.
     Por otra parte, como yo había visto todas las curiosidades de la isla, tenía ganas de salir de ella, porque estaba aburrido hasta lo indecible de aquella gente. Verdad que sobresalían en las dos ciencias que tanto apreciaban y en que yo no soy del todo lego; pero a la vez estaban de tal modo abstraídos y sumidos en sus especulaciones, que nunca me encontré con tan desagradable compañía. Yo sólo hablé con mujeres, comerciantes, mosqueadores y pajes de corte durante los dos meses de mi residencia allí; lo que sirvió para que se acabara de despreciarme. Pero aquéllas eran las únicas gentes que me daban razonables respuestas.
     Estudiando empeñadamente, había llegado a adquirir buen grado de conocimiento del idioma; mas estaba aburrido de verme confinado en una isla donde tan poco favor encontraba y resuelto a abandonarla en la primera oportunidad.
     Había en la corte un gran señor, estrechamente emparentado con el rey y sólo por esta causa tratado con respeto. Se le reconocía, universalmente como el señor más ignorante y estúpido entre los hombres. Había prestado a la Corona servicios eminentes y tenía grandes dotes naturales y adquiridos, realzados por la integridad y el honor, pero tan mal oído para la música, que sus detractores contaban que muchas veces se le había visto llevar el compás a contratiempo; y tampoco sus preceptores pudieron, sin extrema dificultad, enseñarle a demostrar las más sencillas proposiciones de las matemáticas. Este caballero se dignaba darme numerosas pruebas de su favor: me hizo en varias ocasiones el honor de su visita y me pidió que le informase de los asuntos de Europa, las leyes y costumbres, maneras y estudios de los varios países por que yo había viajado. Me escuchaba con gran atención y hacía muy atinadas observaciones a todo lo que yo decía.

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