Página 31 de 115
-¿Cuándo fue aquello... lo de la torre?
-Hacia mediados de mes. A esta misma hora.
-Casi al oscurecer... -dijo la señora Grose.
-¡Oh, no, no tanto! Lo vi como la puedo ver ahora a usted.
-¿Y cómo entró aquí?
-¿Y cómo salió? -me eché a reír-. ¡No tuve oportunidad de preguntárselo! Y esta tarde, por lo visto, no ha podido entrar.
-¿Sólo espiaba?
-Espero que se conforme con eso.
La señora Grose, después de soltarme, se había vuelto. Esperé un instante su respuesta, que no llegó, por lo que añadí:
-Vaya usted a la iglesia. ¡Adiós! Yo debo vigilar.
Lentamente, volvió a mirarme a la cara.
-¿Teme por ellos?
Sostuve su mirada.
-¿Usted no?
En vez de responderme, la señora Grose se aproximó a la ventana y durante un momento aplicó el rostro al cristal.
-Usted ve ahora como él veía -añadí entonces.
Ella no hizo ningún movimiento.
-¿Cuánto tiempo permaneció aquí?
-Hasta mi salida. Vine a su encuentro.
La señora Grose se volvió en redondo, y vi en su rostro que seguía ocultando algo.
-Yo no hubiera sido capaz de salir -murmuró.
-¡Tampoco yo! -y volví a reír-. Pero salí. Tengo mis obligaciones.
-También yo tengo las mías -respondió; y luego añadió-: ¿A quién se parece?
-¿Me moriría por poder decírselo. Pero no se parece a nadie.
-¿A nadie? -repitió.
-No lleva sombrero -y, al ver por la expresión de su rostro que aquel detalle le resultaba significativo y, al parecer, agobiante, añadí rápidamente los siguientes datos-: Tiene un pelo rojo, muy rojo, rizado, y un rostro pálido, alargado, con facciones bastante regulares y pequeñas patillas, raras, tan rojas como sus cabellos. Las cejas son un poco más oscuras, tienen una forma particularmente arqueada y parece que suele moverlas bastante. Sus ojos son agudos, extraños... terribles; y su mirada es penetrante. Tiene la boca grande y los labios finos y, además de las pequeñas patillas, va completamente afeitado. Tuve la impresión, en cierto momento, de estar viendo a un actor.