Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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tador de la cruz de los penitentes blancos.
«Quienes firman con las partes y el notario, pre-
via lectura...»

C A R T A S D E M I M O L I N O

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CARTAS DE MI MOLINO

INSTALACION

¡Lo que se han asustado los conejos! Al cabo de
ver tanto tiempo cerrada la puerta del molino, las
paredes y la plataforma invadidas por la hierba, ha-
bían acabado por creer extinta la raza de los moline-
ros, y hallando buena la plaza, habíanla convertido
en algo así como una especie de cuartel general, un
centro de operaciones estratégicas, el molino de Je-
mmapes de los conejos. La noche de mi llegada, sin
mentir, había lo menos veinte sentados en corro al-
rededor de la plataforma, calentándose las patas
delanteras en un rayo de luna. Al tiempo de abrir
una ventana, ¡zas! todo el vivac sale pitando y se

A L F O N S O D A U D E T

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cuelan por la espesura, enseñando las blancas posa-
deras y rabo al aire. Espero que volverán.
Otro que al verme se queda muy extrañado, es el
vecino del piso primero, un viejo búho, de siniestra
catadura y cara de pensador, el cual habita en el mo-
lino hace ya más de veinte años.
Lo he encontrado en la cámara del sobradillo,
inmóvil y tieso encima del árbol de cama, en medio
del cascote y las tejas que se han desprendido. Me
ha mirado un momento con mis redondos ojos;
luego, despavorido al no conocerme, echó a correr
chillando. ¡Hu, hu! y se puso a sacudir trabajosa-
mente las alas, grises de polvo; ¡qué demonio de
pensadores, nunca se cepillan! No importa, tal como
es, con su parpadeo de ojos y su cara enfurruñada,
ese inquilino silencioso me agrada mucho más que
otro cualquiera, y no in e corre prisa desahuciarlo.
Conserva, como en lo pasado, toda la parte alta del
molino con una entrada por el tejado, yo me reservo
la planta baja, una piececita enjalbegada con cal, de

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