Página 11 de 111
sa! Alabardas que no cortaban, prisiones de Estado
donde se ponía a refrescar el vino. Jamás hambre,
nunca guerra. He aquí cómo sabían gobernar a su
pueblo los Papas del Condado.
¡He ahí por qué su pueblo los ha echado tanto
de menos!
Hubo uno sobre todo, un buen, viejo, que lla-
maban Bonifacio... ¡Oh, qué de lágrimas corrieron
en Aviñón citando murió! ¡Era un príncipe tan
amable, tan gracioso! ¡os reía tan bien desde lo alto
de su mula! Y cuando pasabais junto a él, así fueseis
un pobrete, hilandero de rubia o el gran Vegner de la
ciudad, ¡os daba su bendición tan cortésmente! Un
verdadero «papa de Ivetot», pero de un Ivetot de
Provenza, con algo picaresco en la risa, un tallo de
mejorana en la birreta, y sin la menor Jeannetone...
La única Juanota que siempre se le conoció a este
santo padre era su viña, una viñita que habla planta-
do él mismo a tres leguas de Aviñón, entre los mir-
tos de Cháteau-Neuf.
Todos los domingos, al salir de víspera, el justo
varón iba a cortejarla, y cuando estaba allí arriba
sentado al grato sol, con su mula junto a él y en tor-
no suyo sus cardenales tumbados a la larga al pie de
A L F O N S O D A U D E T
22
las cepas, entonces hacía destapar un frasco de vino
de su cosecha (ese hermoso vino, de color de rubí,
llamado desde entonces acá Cháteau-Neuf de los Pa-
pas) y lo saboreaba a sorbitos, mirando enternecido
a su viña. Luego de vaciar el frasco, al caer de la tar-
de volvíase alegremente a la ciudad, seguido de toda
su corte, y al pasar por el puente de Aviñón, en me-
dio de los tamboriles y de las farándulas, su mula
espoleada por la, música, tomaba un trotecillo salta-
rín mientras que él mismo marcaba el paso de la
danza con la birreta, lo cual era gran escándalo para
los cardenales, pero hacía decir a todo el pueblo: «
¡Ah, qué buen príncipe! ¡Ah, valiente Papa!» Des-