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juntando las manos con ademán de admiración:
A L F O N S O D A U D E T
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-¡Ah, Dios mío, gran Padre Santo, valiente mula
tenéis!... Permítame Vuestra Santidad que la con-
temple un poco... ¡Ah, Papa mío, que hermosa mu-
la!... El emperador de Alemana no tiene otra tal.
Y la acariciaba, y le decía con dulzura como a
una señorita:
--Ven acá, alhaja, tesoro, mi perla fina...
Y el bueno del Papa, conmovido, decía para sus
adentros:
-¡Qué buen mocito! ... ¡Qué cariñoso está con
mi mula!
¿Y sabéis lo que sucedió al siguiente día? Tistet
Védene trocó su viejo tabardo amarillo por una pre-
ciosa alba de encajes, una capa de coro de seda vio-
leta, unos zapatos con hebillas, y entró en la
escolanía del Papa, donde antes de él no habían in-
gresado más que hijos de nobles y sobrinos de car-
denales... ¡He ahí lo que es la intriga!... Pero Tistet
no se limitó a esto.
Una vez al servicio del Papa, el pícaro continuó
la farsa que tan bien le había salido. Insolente con
todo el mundo, sólo tenía atenciones y miramientos
con la mula, y siempre se le encontraba por los pa-
tios del palacio con un puñado de avena o una gavi-
lla de zulla, cuyos rosados racimos sacudía
C A R T A S D E M I M O L I N O
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guapamente mirando al balcón del Padre Santo,
como quien dice: «¡Y em!... ¿Para quién es esto?»
Tanto y tanto hizo, que a la postre el bueno del
Papa, que se sentía envejecer, llegó a encomendarle
el cuidado de vigilar la cuadra y llevar a la mula su
ponche de vino a la francesa; lo cual ya no daba que
reír a los cardenales.
Tampoco la mula se reía de esto... A la sazón, a
la hora de su vino, veía siempre llegar junto a ella
cinco o seis niños de coro, que se enfrascaban
pronto entre la paja con su capa de color de violeta