Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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se suspensa de aquella altura, nadando con las patas
al aire, como un abejorro al cabo de un hilo. ¡Y to-
do Aviñón que estaba viéndola!
La infeliz bestia no pudo dormir en toda la no-
che. Parecíale que daba de continuo vueltas por
aquella maldita plataforma, siendo la irrisión de toda
la ciudad congregada abajo; luego, pensaba en ese
infame de Tistet Védene y en la bonita coz que iba a
largarle mañana por la mañana. ¡Oh, amigos míos,
vaya una coz! Desde Pamperigouste habría de verse
el humo... Pues bien, mientras en la cuadra le prepa-
raban este magnífico recibimiento, ¿sabéis lo que
hacia Tistet Védene? Bajaba por el Ródano cantan-

C A R T A S D E M I M O L I N O

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do en una galera pontificia y se iba a la corte de Ná-
poles con la compañía de jóvenes nobles que la ciu-
dad enviaba todos los años junto a la reina Juana
para ejercitarse en la diplomacia y en las buenas
maneras. Tistet no era noble; pero el Papa quería a
toda costa recompensarlo por los cuidados que ha-
bía tenido con su bestia, y principalmente por la ac-
tividad que acababa de desplegar durante la jornada
de salvamento.
¡Vaya un chasco que se llevó la mula al día si-
guiente!
-¡ Ah, bandolero; algo se ha olido él! -pensaba,
sacudiendo furiosa sus cascabeles. -Pero, es igual
¡anda pillo! ¡A la vuelta te encontrarás con tu coz...
tela guardo!...
Y se la guardó.
Después de la partida de Tistet, la mula del Papa
recobró su vida tranquila y sus aires de otros tiem-
pos. No más Quiquet ni Bélugnet en la cuadra. Vol-
vieron los felices días del vino a la francesa, y con
ellos el buen humor, las largas siestas, y el pasito de
gavota cuando cruzaba el puente de Aviñón. Sin
embargo, desde su aventura dábanle muestras con-
tinuas de frialdad en la ciudad; los viejos meneaban
la cabeza, los niños se reían señalando al campana-

A L F O N S O D A U D E T

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