Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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Tratábase de alcan-
zar allá arriba, en la última tabla, cierto frasco de

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cerezas en aguardiente que esperaba a Mauricio diez
años ha, y con cuya apertura quisieron, obsequiar-
me. A pesar de las súplicas de Mamette, el viejo se
había empeñado en ir a buscar él mismo las cerezas,
y subido en una silla, con gran espanto de su mujer,
trataba de llegar allá arriba. Figuraos el cuadro; el
viejo temblaba, y empinábase; las niñas de azul, aga-
rradas a la silla de éste, detrás de él Mamette, ja-
deante, con los brazos tiesos, y sobre todo esto un
leve aroma de bergamota que exhalan desde el ar-
mario abierto grandes pilas de ropa blanca amari-
llenta. Era encantador.
Al fin, tras muchos esfuerzos, logróse sacar del
armario el famoso frasco y con él un antiguo vasito
de plata todo abollado, el vaso de Mauricio cuando
era pequeño. Me lo llenaron1de cerezas hasta el
borde, ¡le gustaban tanto a Mauricio las cerezas! Y
al servirme el viejo me decía al oído con aire golo-
són:
-¡Qué feliz es usted al poder comerlas! Mi mu-
jer es quien las ha hecho. Va usted a probar cosa
buena.
Su mujer, ¡ah! las había hecho, pero se le había
olvidado echarles azúcar. ¿Qué queréis? Al enveje-
cer se vuelve uno distraído. Pobre Mamette mía, las

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cerezas de usted eran atroces. Pero eso no fue óbice
para que me las comiese hasta los, rabos, sin pesta-
ñear.
Terminada la refacción, me levanté para despe-
dirme de mis huéspedes. Bien hubieran querido te-
nerme aún junto a ellos un poco, para hablar del
muchacho, pero iba atardeciendo, estaba lejos el
molino, era preciso partir.
.El viejo se había levantado al mismo tiempo
que yo.
-Mamette, mi sobretodo. Quiero acompañarlo
hasta la plaza.
De seguro que para sus adentros pensaba Ma-
mette que hacía ya un poco fresco para acompañar-

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