Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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qué venía tomarse tanto trabajo en un arte que no

C A R T A S D E M I M O L I N O

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podía llegar a conocimiento sino de escasas perso-
nas, respondió: «Pocas necesito. Me sobra una. Me
basta con ninguna.
Tenía yo en las manos el cuaderno de Calendal, y
hojeábalo lleno de emoción... De pronto, una banda
de pífanos y tamboriles resonó en la calle delante de
la ventana, y cátate a mi Mistral que corre al armario,
saca de él vasos y botellas, arrastra la mesa al medio
del salón, y abre la puerta a los músicos, diciéndo-
me:
-No te rías... Vienen a darme la alborada... Soy
concejal.
El saloncillo se llenó de gente. Pusieron los
tamboriles encima de las sillas, la vieja bandera en
un rincón, y circuló el vino trasañejo. Luego de be-
berse algunas botellas, a la salud de don Federico,
de conversar gravemente acerca de la fiesta, de si la
farándula será tan bonita como el año último, de si
se portarán bien los toros, retíranse los músicos y
van a dar la alborada a casa de los demás regidores.
En ese momento llega la madre de Mistral.
En un periquete ponen la mesa; un hermoso
mantel blanco y dos cubiertos. Yo conozco los usos
de la casa: sé que cuando Mistral tiene convidados,
su madre no se sienta a la mesa... La pobre anciana

A L F O N S O D A U D E T

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sólo conoce el provenzal, y se las vería y desearía
para hablar con franceses... Por otra parte, hace falta
en la cocina.
¡Santo Dios, qué hermosa comida tuve aquella
mañana! Un trozo de cabrito asado, queso de mon-
te, mostillo, higos, uvas moscateles; todo ello rocia-
do con ese magnífico Cháteau -neuf de los Papas, de un
color rojo tan precioso en los vasos...
A los postres, voy en busca del cuaderno del
poema y lo pongo en la mesa delante de Mistral.
-Habíamos quedado en salir -dijo sonriéndose
el poeta.
-¡No, no! ¡Calendal! ¡Calendal!

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