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un testigo!... Nadie ha visto nada... Por fortuna, dos
de sus correligionarios pasan por la calle en aquel
momento, con las orejas gachas, arrimados a las pa-
redes. El judío los avista.
A L F O N S O D A U D E T
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-¡Pronto, pronto, hermanos! ¡A escape, al
agente de negocios! ¡A escape, al juez de paz!... Vo-
sotros lo habéis visto, vosotros... ¡Habéis visto que
han pegado al viejo!
¿Que si lo han visto?... ¡Ya lo creo!
...Mucho movimiento en la tienda de Sid’Omar...
El cafetero llena las tazas, enciende otra vez las pi-
pas. Charlan, se ríen a más no poder. i Es tan chis-
toso ver zurrarle la badana a un judío!... En medio
de la zambra y del humo, me aproximo despacio a la
puerta; tengo ganas de ir a rondar un poco por la
judería, para saber cómo han tomado los correligio-
narios del Iscariote la afrenta hecha a su hermano...
-Vente á comer esta tarde, musiú -me grita el
bueno de Sid’Omar.
Acepto, doy las gracias y me voy.
Todo el mundo está de pie en el barrio judío. El
asunto ha hecho ya mucho ruido. Nadie en los ten-
duchos. Bordadores, sastres, guarnicioneros, todo
Israel está en la calle... Los hombres, con gorro de
terciopelo y medias de lana azul, gesticulando en
grupos, con mucha algazara... Las mujeres, pálidas,
abotagadas, tiesas como ídolos de madera, con sus
faldas escurridas, con peto de oro y el rostro rodea-
do por cintas negras, van de uno en otro grupo chi-
C A R T A S D E M I M O L I N O
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llando como gatas... En el momento de llegar yo,
prodúcese un remolino entre la muchedumbre...
Apoyado en sus testigos, el judío héroe de la aven-
tura pasa por entre dos setos de gorros, bajo una
lluvia de exhortaciones.
-Véngate, hermano; vénganos, venga al pueblo
judío. Nada temas; la ley está de tu parte.
Un horrible enano, apestando a pez y a suela
vieja, se acerca a mí con aire gemebundo, y exhalan-