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do grandes suspiros:
-¡Ya lo ves! -me dice -¡Cómo nos tratan a los
pobres judíos! ¡Es un viejo! Mira. Por poco lo ma-
tan.
Lo cierto es que el pobre Iscariote parece más
muerto que vivo. Pasa por delante de mí, con la
vista apagada y el rostro descompuesto; no andan-
do, sino arrastrándose... Sólo una fuerte indemniza-
ción es capaz de curarlo; así es que no lo llevan a
casa del médico, sino a la del agente de negocios.
Hay muchos agentes de negocios en Argelia, ca-
si tantos como langosta. Parece ser que es bueno el
oficio. En todo caso, tiene la ventaja de que en él se
puede entrar a la pata la llana, sin exámenes, ni fian-
za, ni avecindamiento. Como en París nos hacemos
literatos, en Argelia se hacen agentes de negocios.
A L F O N S O D A U D E T
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Para eso basta saber un poco de francés, español y
árabe, tener siempre un código en el bolsillo, y por
encima de todo, el temperamento del oficio.
Las funciones del agente son variadísimas: suce-
sivamente abogado, procurador, corredor, perito,
intérprete, tenedor de libros, comisionista, escri-
biente de portal, es el maestro Yago de la colonia.
Sólo que Harpagon no tenía más que uno, y la colo-
nia tiene muchos más de los que necesita. Nada más
que en Milianah se cuentan por docenas. En gene-
ral, para evitar los gastos de oficina, esos señores
reciben a sus clientes en el café de la plaza mayor, y
dan sus consultas ¿las dan? entre el ajenjo y otra
bebida.
El digno Iscariote, entre sus dos testigos, enca-
mínase al café de la plaza mayor. No los sigamos.
Al salir del barrio judío, paso por delante de, la
oficina árabe. Desde fuera, con su tejado de pizarra
y el pabellón francés ondeando encima, se le toma-
ría por una alcaldía de pueblo. Conozco al intér-
prete; entremos a fumar con él un cigarrillo. ¡De
pitillo en pitillo acabaré por matar este domingo sin
sol!
El patio que precede a la oficina está atestado de