Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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A pesar
de esto palpitábame el corazón, sobre todo al pen-
sar en nuestros pobres amigos.
De pronto, en el momento de llegar al lindero,
pusieron a galopar hacia nosotros los perros ...
-¡Agáchate, agáchate! -me dijo el viejo baján-
dose; al mismo tiempo, a diez pasos de nosotros,

A L F O N S O D A U D E T

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una codorniz despavorida abrió cuanto pudo sus
alas y su pico, y echó a volar dando un grito de mie-
do. Oí un formidable ruido y quedamos rodeados
por un polvo de un olor extraño, blanco y caliente,
aunque apenas había salido el sol. Estaba yo tan
amedrentado que ya no podía correr. Felizmente
entrábamos en el bosque. Mi camarada se agazapó
tras una pequeña encina, yo me coloqué junto a él y
ambos permanecimos allí ocultos, mirando por en-
tre las hojas.
En los campos había un terrible fuego de fusil.
A cada escopetazo cerraba yo los ojos despavorido;
luego, cuando me decidía a abrirlos, veía el llano
inmenso y desnudo, y los perros corriendo, hus-
meando entre las briznas de hierba, entre las gavi-
llas, girando sobre sí mismos como locos. Los
cazadores juraban detrás de ellos y los llamaban; las
escopetas relucían al sol. Hubo un momento en que
creí ver volar como hojas sueltas entre una nubecilla
de humo, aun cuando en los alrededores no había
ningún árbol. Pero el viejo macho me dijo que eran
plumas, y en efecto, a cien pasos frente a nosotros
un magnífico perdigón gris cayó dentro de un surco,
doblando su cabeza ensangrentada.

C A R T A S D E M I M O L I N O

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El tiroteo cesó de pronto cuando el sol quema-
ba desde lo alto. Los cazadores regresaban hacia la
casita, donde se oía peterrear una gran hoguera de
sarmientos. Hablaban entre ellos con la escopeta al
hombro, discutían los disparos hechos, y mientras
tanto sus perros´ iban detrás, jadeantes, con la len-
gua colgando...
-Van a almorzar -me dijo mi compañero; -ha-

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