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sas de obreros y jardinillos, atravesar las puertas y
llevarme extramuros de la ciudad.
-¿Ambassad Französische?- le preguntaba de vez
en cuando, con inquietud.
-Ya, ya -respondía el hombrecillo, y continuá-
bamos rodando. Hubiera querido obtener algunos
otros informes; pero lo endiablado es que mi con-
ductor no hablaba francés, y yo mismo por aquella
época no conocía de la lengua alemana mas que dos
o tres frases muy elementales, en que se trataba de
pan, lecho, comida, y en manera alguna de embaja-
dor. Y aun esas frases no sabía decirlas sino con
música; he aquí por qué.
A L F O N S O D A U D E T
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Algunos años antes, con un camarada tan loco
como yo, había hecho a través de Alsacia, Suiza y el
ducado de Baden un verdadero viaje de buhonero,
con el saco a cuestas, a jornadas de doce leguas, ro-
deando las ciudades de las cuales sólo queríamos
ver las puertas, y tomando siempre por sendas y
atajos sin saber a dónde nos conducirían. Esto nos
proporcionaba, con frecuencia suma, la sorpresa de
pasar las noches a campo raso o bajo el alero des-
mantelado alguna granja; pero lo que acababa de
hacer más llena de incidentes nuestra excursión es
que ni uno ni otro sabíamos una palabra de alemán.
Con ayuda de un diccionario de bolsillo, que
compramos al pasar por Basilea, habíamos llegado a
construir algunas frases muy sencillas, tan inocentes
como Vir vóllen trínken bier (queremos beber cerveza),
Vir vóllen essen käse (queremos comer queso); por
desgracia, por poco complicadas que os parezcan,
nos costaba mucho trabajo retener esas malditas
frases. No las teníamos en la punta de la lengua co-
mo dicen los cómicos. Entonces se nos ocurrió la
idea de ponerlas en música, y tan bien se adaptaba á
ellas la tonadilla que hubimos de componer, que las
palabras penetraron en nuestra memoria en pos de
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las notas, y ya no podían salir de allí las unas sin