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Preso
aquí, no podría hacer daño en otra parte.
-Es de esperar que habrá tomado sus medidas para no
ser conocido -objetó Lucía. -En todo caso, cuanto mayores
son los peligros a que se ha expuesto por ver a usted, mejor
prueba que vale más de lo que usted piensa.
E R N E S T O D A U D E T
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Mausabré movió la cabeza y su fisonomía se transformó
con una expresión de burla y de duda.
-Si es usted sincera al hablarme de él, querida Lucía
-dijo, -se hace usted ilusiones. Me cuesta trabajo creer que es
por mí por quien ha venido a Turín, y hasta pienso que es
por usted, por usted sola.
Lucía se ruborizó, avergonzada por no haber podido
engañar al anciano. Pero había avanzado mucho para retro-
ceder, y, jugando el todo por el todo, siguió diciendo:
-Entonces, señor de Mausabré, puesto que Roberto está
ahí, lo que hay que hacer es preguntarle a él mismo qué moti-
vos le han decidido a este peligroso viaje.
-Y bien, llámele usted; lo oiré, y si está arrepentido... ¿Pe-
ro es aún libre de arrepentirse?
Lucía no escuchó más y se precipitó a llamar a Roberto.
Saliendo a su encuentro podría sin duda decirle unas pala-
bras y renovar el ruego que había encargado de hacerle a la
Gerard y a Clara. Pero en la puerta del salón se encontró de
repente en su presencia y no pudo por consecuencia hablarle
sin que lo oyese Mausabré. Lo que pudo únicamente fue ha-
cerle seña de que entrase y apartarse para dejarle pasar, res-
pondiendo fríamente a su saludo.
H A C I A E L A B I S M O
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IV
Dalassene no había vacilado en conformarse con lo que
exigía Lucía. Puesto que quería verla, sufriría las condiciones
que se le imponían y fingiría no haber ido a la casa Gavotti
más que para encontrar a su abuelo. Pero no tenía confianza
alguna en los resultados de aquella comedia. El abuelo no se