Hacia el abismo (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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Aquí
está -gritó Mausabré golpeándose el pecho. -La llevo siempre
conmigo para recordar, si alguna vez estuviese tentado de
perdonarle, que le maldije después de haberla leído.
Se calló, falto de fuerzas y vacilante, sin poder apenas te-
nerse, y se dirigió a la puerta apoyándose en el brazo de Lu-
cía.

H A C I A E L A B I S M O

39

Después de haber intentado en vano detener el raudal de
aquellas palabras irritadas, la joven le sostenía y guiaba sus
pasos suplicándole que se calmase.
Cuando abrió la puerta, vio a Clara y le confió al infor-
tunado.
-Siga usted a mi hermana, caballero -dijo. –Ella le ayuda-
rá a reponerse. Yo iré a buscarle dentro de un momento, en
cuanto su nieto se haya marchado.
Pero el anciano no cedió en el acto. En el momento de
salir se detuvo en el umbral del salón para hacer una nueva
advertencia a la de Entremont.
-Diga lo que quiera, no le escuche usted -murmuró
designando a Roberto que, lívido y silencioso, con los brazos
cruzados, parecía fijado en la inmovilidad de estatua que ha-
bía guardado mientras hablaba su abuelo. No se fíe usted de
él; hace la desgracia de todo lo que toca. Si yo supusiera que
era usted bastante débil para seguir sus consejos, iría a de-
nunciarle a la policía de Turín, y así le pondrían en la impo-
sibilidad de hacer daño a usted y a los demás.
-¡Oh! señor, entregar a su nieto... -dijo Clara en tono de
protesta. -Dentro de pocos instantes estará lejos de aquí y no
le volveré a ver más.
Ayudada por la Gerard, Clara se llevó a Mausabré, y Lu-
cía se quedó sola con Dalassene.

E R N E S T O D A U D E T

40

V

Su última entrevista se había verificado el 13 de julio de
1789. Al separarse en la tarde de aquel día, en el que se había
fijado la fecha de su matrimonio, los dos jóvenes se creían

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