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Mi
enhorabuena, querido colega.
Dalassane protestaba, hacía remilgos y fingía modestia.
-El honor corresponde sobre todo a Herault, que es el
principal autor. Es verdad que Danton y yo le hemos ayuda-
do mucho. Durante diez días, encerrados día y noche en el
pabellón que tú conoces, allá, en el extremo del parque, he-
mos confeccionado nuestra obra, únicamente inspirados en
el amor de la patria y de la libertad.
Por las facciones de Belliere pasó una sonrisa de incre-
dulidad.
H A C I A E L A B I S M O
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-No me harás creer que Danton, Sechelles y tú habéis vi-
vido diez días como anacoretas. Los conozco y te conozco a
ti. Y además -dijo riendo más fuerte, -aquí huele a mujer.
-Danton trajo la suya -confesó Dalassene, -y Sechelles
una tierna amiga. Trabajábamos de día y nos recreábamos de
noche.
-Sí, comprendo, cada cual su mitad. Pero, ¿y tú? Enfa-
dado con la Villars, has debido de echarla de menos, a no ser
que la hayas reemplazado, como se cuenta.
Los ojos de Dalassene respondieron afirmativamente.
-¿Es cierto? -dijo Belliere.
Y añadió más bajo:
-¿Quién es esa nueva beldad?
-Hablaremos después, cuando estemos solos -respondió
su colega mostrándole a Esteban Jerold y a Formanoir.
Su secretario estaba arreglando las cuartillas del manus-
crito, mientras el artista, lápiz en mano, estaba desesperado
por las idas y venidas de su modelo, esperando que volviera a
serlo.
Belliere se acercó a él.
-El ciudadano Dalassene te concederá otro día una se-
sión -le dijo. -Dale las gracias por haberse prestado a tu deseo
con tanta amabilidad, y déjanos.
Dalassene intervino benévolo -Anda a pasearte por mi
parque, joven. Si te gustan los bellos paisajes, disfrutarás de
sorpresas, pues tendrás a tus pies toda la vega del Sena.
-Gracias, ciudadano -dijo Esteban cerrando el álbum
con sonrisa de pesar.E R N E S T O D A U D E T
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El joven se levantó con un poco de rubor en la cara, en
la que se leían la energía y la rectitud, y se alejó cojeando lige-