Tartarín de Tarascón (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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   Era inútil que para ensanchar sus horizontes y olvidar un poco el casino y la plaza del mercado se rodeara de baobabs y otras plantas africanas, o amontonara armas sobre armas, kris malayos sobre kris malayos; inútil que se atiborrara de lecturas novelescas, procurando, como el inmortal Don Quijote, librarse, por la fuerza de su ensueño, de las garras de la implacable realidad... ¡Ay!, cuanto hacía para aplacar su sed de aventuras sólo servía para aumentarla. La contemplación de todas aquellas armas le mantenía en perpetuo estado de cólera y excitación. Rifles, lazos y flechas le gritaban: "¡Batalla, batalla!" El viento de los grandes viajes soplaba en las ramas de su baobab y le daba malos consejos. Y para remate, allí estaban Gustavo Aimard y Fenimore Cooper...
   ¡Cuántas veces, en las pesadas tardes de verano, mientras leía, solo, rodeado de sus aceros, cuántas veces se levantó Tartarín rugiente! ¡Cuántas veces arrojó el libro y se precipitó a la pared para descolgar una panoplia!
   El pobre hombre, olvidando que estaba en su casa de Tarascón, con la cabeza envuelta en un pañuelo de seda y en calzoncillos, ponía sus lecturas en acción, y exaltándose al oír el ruido de su propia voz, gritaba blandiendo un hacha o un tomahawk:
   -¡Que vengan ellos ahora!
   ¿Ellos? ¿Quiénes eran ellos?
   Tartarín no lo sabía a punto fijo...
   ¡Ellos! era todo lo que ataca, lo que lucha, lo que muerde, lo que araña, lo que escalpa, lo que aúlla, lo que ruge... ¡Ellos! era el indio siux bailando alrededor del poste de guerra en que el desdichado blanco está atado. Era el oso gris de las montañas Roquizas, que se contonea y se relame con la lengua llena de sangre. Era el tuareg de desierto, el pirata malayo, el bandido de los Abruzzos... En suma, ellos eran ¡ellos!...; es decir, la guerra, los viajes, las aventuras, la gloria.
   Pero, ¡ay!, en vano los llamaba, los desafiaba el intrépido tarasconés... Ellos jamás acudían... ¡Caramba! ¿Qué se les había perdido a ellos en Tarascón?
   Sin embargo, Tartarín estaba siempre esperándolos, sobre todo por las noches, cuando iba al casino.

V. CUANDO TARTARÍN IBA AL CASINO

   
   El caballero templario, disponiéndose a hacer una salida contra el infiel que le sitia; el tigre chino, armándose para la batalla; el guerrero comanche, entrando en el sendero de la guerra, nada son al lado de Tartarín de Tarascón armándose de punta en blanco para ir al casino, a las nueve de la noche, una hora después de los clarines de la retreta.

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