Tartarín de Tarascón (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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   Ni siquiera Tartarín. Pálido y tembloroso, sin soltar todavía el fusil de aguja, meditaba de pie delante del mostrador... ¡Un león del Atlas, allí, tan cerca, a dos pasos! ¡Un león! Es decir, el animal heroico y feroz por excelencia, el rey de las fieras, la caza de sus sueños, algo así como el primer galán de aquellos comediantes ideales, que tan bellos dramas le representaban en su imaginación...
   ¡Un león!... ¡Mil bombas!...
   ¡Y del Atlas! No era tanto lo que Tartarín podía soportar...
   Un golpe de sangre se le subió de repente a la cara.
   Llamearon sus ojos. Con gesto convulsivo se echó al hombro el fusil de aguja, y volviéndose hacia el bizarro comandante Bravidá, capitán de almacenes retirado, le dice con voz de trueno:
   -Vamos a verlo, comandante.
   -¡Eh! ¡Tartarín!... ¡Eh!...¡Mi fusil!...¡Que se lleva usted mi fusil! -aventuró con timidez el prudente Costecalde.
   Pero ya Tartarín había doblado la esquina, y detrás todos los cazadores de gorras marcando valientemente el paso.
   Cuando llegaron a la casa de fieras ya había allí mucha gente. Tarascón, raza heroica, pero harto tiempo privada de espectáculos sensacionales, se había precipitado sobre la barraca de Mitaine tomándola por asalto, razón por la cual la señora de Mitaine, mujer muy gorda, estaba contentísima... En traje cabileño, desnudos los brazos hasta el codo, con ajorcas de hierro en los tobillos, un látigo en una mano y un pollo vivo, aunque desplumado, en la otra, la ilustre dama hacía los honores de la barraca a los tarasconeses, y como también ella tenía "músculos dobles", su éxito fue casi tan grande como el de las fieras, sus pupilas.
   La entrada de Tartarín con el fusil al hombro causó escalofrío.
   Aquellos buenos tarasconeses, que se paseaban con toda tranquilidad frente a las jaulas, sin armas, sin desconfianza, y aun sin la menor idea del peligro, tuvieron un sobresalto de terror, muy natural, al ver entrar al gran Tartarín en la barraca con su formidable máquina de guerra. Luego había algo que temer, puesto que Tartarín, aquel héroe... Y en un santiamén todo el espacio delante de las jaulas quedó vacío. Los niños gritaban de miedo, las mujeres miraban a la puerta. El boticario Bezuquet hubo de escurrirse, diciendo que iba a buscar la escopeta...
   Sin embargo, poco a poco, la actitud de Tartarín fue devolviendo tranquilidad a los ánimos.

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