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Tartarín usaba barba corrida; pero, como era muy recia, tenía que repasarla.
De pronto, la ventana se abrió violentamente y apareció Tartarín en mangas de camisa, atado un pañuelo a la cabeza y embadurnado de jabón, blandiendo la navaja y el jaboncillo y gritando con voz formidable:
-¡Estocadas, señores, estocadas!... ¡Alfilerazos, no!
Hermosas palabras, dignas de la Historia, cuyo único defecto era el ir dirigidas a aquellos minúsculos fouchtras, no más altos que sus cajas de limpiabotas e hidalgos incapaces de coger una espada.
XII. DE LO QUE SE DIJO EN LA CASITA DEL BAOBAB
En medio de aquella defección general, sólo el ejército seguía defendiendo a Tartarín.
El bizarro comandante Bravidá, capitán de almacenes retirado, continuaba demostrándole igual estimación: "Es un barbián", se obstinaba en decir, y esta afirmación, a mi parecer, valía tanto como la de Bezuquet el boticario... El bizarro comandante ni siquiera una vez había aludido al viaje a África; pero cuando el clamor público subió de punto, se decidió a hablar.
Una tarde, el desgraciado Tartarín, solo en su despacho, pensando en cosas tristes, vio entrar al comandante, grave, con guantes negros, abrochado hasta las orejas.
-¡Tartarín! -dijo el retirado capitán con autoridad-. ¡Tartarín! ¡Hay que ponerse en camino!
Y se quedó de pie, en el marco de la puerta, rígido y alto como el deber.
Tartarín de Tarascón comprendió todo lo que significaba aquel "¡Tartarín, hay que ponerse en camino!"
Se levantó, palidísimo, miró en derredor, con ojos enternecidos, aquel lindo despacho, bien cerradito, y lleno de calor y de suave luz, aquel ancho sillón tan cómodo, los libros, la alfombra, las cortinillas blancas de las ventanas, detrás de las cuales temblaban las menudas ramas de su jardincito; y luego, acercándose al bizarro comandante, le cogió la mano, la estrechó con energía, y con voz que nadaba en lágrimas, pero estoico, le dijo:
-¡Me pondré en camino, Bravidá!
Y se puso en camino, como prometió; pero no en seguida... Necesitaba tiempo para equiparse.
En primer lugar, encargó en casa de Bompard dos baúles muy grandes, forrados de cuero, con una extensa placa que llevaba esta inscripción:
TARTARÍN DE TARASCÓN
Caja de armas
Las operaciones de forrar y grabar las placas invirtieron mucho tiempo. Encargó también, en casa de Tastavín, un álbum magnífico de viaje, para escribir su diario, sus impresiones; porque, al fin y al cabo, aunque se cacen leones, no por eso deja uno de pensar mientras está en camino.