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Este sentimiento es, a mi juicio, la base del carácter de don Juan; y, como se ve, le es necesaria la religión cristiana.
A lo cual exclama un autor napolitano4: «¿Acaso no es nada desafiar al cielo y creer que el cielo puede en el. mismo momento reducirnos a cenizas? De aquí la suma voluptuosidad, dicen, de tener una amante monja, y monja piadosísima, que sabe muy bien que peca y pide perdón a Dios con pasión, como con pasión peca.»
Supongamos un cristiano muy perverso, nacido en Roma, en el momento en que el severo Pío V acababa de restaurar o de inventar multitud de prácticas minuciosas absolutamente ajenas a esa
4 Dominico Paglietta. (N. de Stendhal.)
moral sencilla que sólo llama virtud a «lo que es útil a los hombres.» Acababa de ser reforzada, y aterrorizaba a codos, una inquisición inexorable5, tan inexorable, que duró poco en Italia y tuvo que refugiarse en España. Durante años, se aplicaron penas muy grandes al incumplimiento o al menosprecio público de esas pequeñas prácticas minuciosas elevadas a la categoría de los deberes más sagrados de la religión; ese supuesto cristiano per-verso se encogería de hombros al ver temblar a to-dos los ciudadanos ante las terribles leyes de la inquisición.
«¡Muy bien -se diría-, soy el hombre más rico de Roma, esta capital del mundo; voy a ser también el más valiente; me burlaré públicamente de todo lo que esa gente respeta y que tan poco se parece a lo que se debe respetar.»
Pues un don Juan, para serlo, tiene que ser hombre valiente y poseer esa inteligencia viva y
5 San Pío V Ghislieri, piamontés, cuyo rostro, flaco y severo, se ve en la tumba de Sixto V, en Santa María la Mayor, era «gran inquisidor» cuando fue llamado al trono de San Pedro, en 1566. Gobernó la Iglesia seis años y veinticuatro días. Véanse sus cartas, publicadas por monsieur de Potett, el único hombre entre nosotros que conoció este momento de la historia. La obra de monsieur de Poner, rica mina de hechos, es el fruto de catorce años de estudios concienzudos en las bibliotecas de Florencia, de Venecia y de Roma.