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En 1823 tuve la suerte de ver Italia con
6 Esto me parece propio de un hombre que, por su inmensa fortuna, pasó del libertinaje a la perversión, un Sade Cenci tenía setenta años. (N.
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unos hombres muy ratos a los que nunca olvidaré, y, como a ellos, me sedujo el admirable retrato de Beatriz Cenci que está en el palacio Barberini de Roma.
Actualmente, la galería de ese palacio ha quedado reducida a siete u ocho cuadros, pero cuatro de ellos son obras maestras. En primer lugar, el retrato de la célebre «Fornarina», la amante de Rafael, pintado por el propio Rafael. Este retrato, de cuya autenticidad no puede caber la menor duda, pues existen copias contemporáneas, es completamente distinto de la figura que, en la galería de Florencia, se presenta como retrato de la amante de Rafael y que con este nombre fue grabado por Morghen. El retrato de Florencia no es siguiera de Rafael. ¿Se dignará el lector, en obsequio a este gran nombre, perdonar esta pequeña digresión?
El segundo retrato valioso de la galería Barberini es de Cuido; es el retrato de Beatriz Cenci, del que tantos malos grabados se ven. Este gran pintor puso en el cuello de Beatriz un trozo de tela insignificante, y en la cabeza un turbante; tuvo miedo de llevar la verdad hasta lo horrible, sí hubiera reproducido exactamente la vestidura que Beatriz se ma
de Stendhal al margen de los manuscritos italianos.) 14
neó hacer para ir al suplicio y la cabellera en desorden de una pobre niña de dieciséis años que acaba de entregarse a la desesperación. El rostro es dulce y bello, la mirada muy tierna y los ojos muy grandes, con la expresión asombrada de una persona a la que acaban de sorprender llorando amargamente. El pelo es rubia y muy bonito. Este rostro no tiene nada de la altivez romana y de esa conciencia de las propias fuerzas que solemos observar en la firme mirada de una «hija del Tíber», de una figlia del Tevere, como dicen ellas mismas, con orgullo.