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Cenci llegó sin obstáculo a Petrela los bandidos, cansados de esperar una presa dudosa, fueron a robar a otra parte por ,u propia cuenta.
Por su parte, Cenci, viejo sagaz y desconfiado, no se arriesgaba nunca a salir de la fortaleza. Y como su mal humor iba en aumento con los achaques de la edad, que le resultaban insoportable, se ensañaba más aun en los atroces tratos que infligía a las dos pobres mujeres. Decía que se alegraban de su flaqueza.
Beatriz, enloquecida por las cosas horribles que tenía que soportar, mandó llamara Marcio y a Olimpio al pie de loa muros de la fortaleza. Por la noche, cuando su padre estaba durmiendo, les habló desde une ventana caja y les tiró unas cartas que iban dirigidas a monsignor Guerra.
Por medio de estas cartas quedaba convenido que monsignor Guerra prometería a Marcio y a Olimpio mil piastras s querían encargarse ellos mismos de dar muerte a Francisco Cenci. La tercera parte de esta cantidad se la pagaría y monsignor Guerra en Roma antes del hecho, y las otras dos terceras partes se las darían Lucrecia y Beatriz cuando, muerto Cenci, fueran dueños de su caja fuerte.
Se acordó además que la ejecución se llevaría a calo el día de la Natividad de la Virgen, y para ello los dos hombres fueron introducidos con habilidad en la fortaleza. Pero a Lucrecia la detuvo el respeto debido a una fiesta de la Madonna, y pidió a Beatriz un aplazamiento de un día, para no cometer un doble pecado17.
Y en la noche del 9 de septiembre de 1598 la madre y la hija se las arreglaron para dar opio a Francisco Cenci, un hombre tan difícil de engañar, que cayó en un profundo sueño.
A medianoche la propia Beatriz introdujo en la fortaleza a Marcio y a Olimpio; inmediatamente, Lucrecia y Beatriz los llevaron al cuarto del viejo, que estaba profundamente dormido. Allí los dejaron para que hiciesen lo convenido, mientras las dos mujeres se retiraron a esperar en una estancia contigua. De pronto vieron volver aquellos dos hombres, pálidos y muy alterados.