Los Cenci (Stendhal) Libros Clásicos

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Durante toda la noche del viernes al sábado, los señores romanos, que se habían enterado de lo que ocurría, no hicie­ron otra cosa que ir del palacio de Montecavalloa los de los principales cardenales, con el propósito de conseguir, y por lo menos, que las mujeres fue­ran ejecutadas en el interior de la prisión y no en un infamante cadalso, y que se perdonara al joven Ber­nardo Cenci, el cual, de apenas quince años, no ha­bía podido entrar en ninguna confidencia. El noble cardenal Sfotza se distinguió especialmente por su celo en el transcurso de aquella noche fatal, pero, aunque príncipe tan poderoso, no pudo conseguir nada. El crimen de Santa Croce era un crimen vil, cometido por dinero, y el crimen de Beatriz se co­metió por salvar el honor.
Mientras los cardenales más poderosos daban tantos pasos inútiles, Farinacci, nuestro gran juris­consulto, tuvo L valentía de llegar hasta el papa; una vez ante su santidad, este hombre asombroso fue lo bastante hábil para llegar a la conciencia de Cle­mente VIII y, a fuerza de importunarle, logró que .se perdonara la vida de Bernardo Cenci.
Cuando el papa pronunció esta gran palabra, se­rían las cuatro de la mañana (del sábado 11 de sep­tiembre). En la plaza del puente Saint’Angelo habían trabajado coda la noche en los preparativos de la cruel tragedia. Pero hasta las cinco de la maña­na no se pudieron terminar todas las copias necesa­rias de la sentencia de muerte, de manera que hasta las seis no fue posible ir a notificar la fatal noticia a aquellos pobres desdichados, que cataban durmien­do tranquilamente.
En los primeros momentos, Beatriz no tenía ni fuerzas para vestirse. Lanzaba gritos penetrantes y continuos y se entregaba sin contención alguna a la más terrible desesperación28.
-¡Oh Dios mío! –exclamaba-, ¿es posible que haya yo de morir así, de improviso?
En cambio, Lucrecia Petroni no dijo nado que no fuera muy sensato; primero rezó de rodillas y después exhortó tranquilamente a su hija a que fue­ra con ella a la capilla, donde debían prepararse las dos para el gran tránsito de la vida a la muerte.

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