Los Cenci (Stendhal) Libros Clásicos

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Tenía la boca peque­ña, el pelo rubio y bucles naturales. Cuando iba a la
35 Véanse los retratos en el palacio Barberini. (N. de Stendhal en el ma­nuscrito italiano.)
muerte, estos bucles rubios le caían sobre los ojos, lo que le daba cierta gracia y movía a compasión.
Santiago Cenci era pequeño, grueso, blanco de cara y con barba negra; cuando murió tenía aproxi­madamente veintiséis años. Bernardo Cenci era idéntico a su hermana, y como llevaba el cabello largo como ella, cuando apareció en el cadalso mu­cha gente le confundió con ella.
El sol era tan abrasador, que varios espectado­res de esta tragedia murieron aquella noche, entre ellos Ubaldino Ubaldini, un joven guapísimo y que había gozado hasta entonces de una salud perfecta. Era hermano del signor Renzi, tan conocido en Roma. De modo que las sombras de los Cenci le fueron bien acompañadas.
Ayer, que fue martes, 14 de septiembre de 1599, los penitentes de San Marcello, con ocasión de la fiesta de la Santa Cruz, hicieron uso de su privilegio para poner en libertad al signor Bernardo Cenci, que se obligó a pagar en un año cuatrocientos mil francos a la Santísima trinidad del puente Sixto.
(Añadirlo con otra letra:)
De él descienden Francisco y Bernardo Cenci, que viven hoy36.
El célebre Farinacci, que, gracias a su obstina­ción, salvó la vida del joven Cenci, publicó sus ale-gatos. Sólo da un extracto del alegato número 66, que pronunció ante Clemente VIII en defensa de los Cenci. Esta defensa, en lengua latina, ocuparía seis grandes páginas, y no puedo incluirla aquí, lo que lamento, pues pinta las maneras de pensar de 1599; me parece muy razonable. Muchos anos des­pués de 1599, Farinacci, al ver impresos sus alega­tos, añadió una nota al que había pronunciado en defensa de los Cenci :Omnes fuerunt ultimo supplicio effecti, exceptoBernardo qui ad trirremes cum bonorum confis­cationes condematus fuit, ac etiam ad interessendum aliorum morti prout interfuit. El final de esta nota en latín es emocionante, pero supongo que el lector está can­sado de tan larga historia.

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