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Es lo más prudente; si no, tendrá que casarse aquí en cuanto pase el luto. Y mientras tanto mande venir en seguida de Konigsberg una señora de compañía que, a ser posible, sea de su familia.
Contra esto había una gran objeción: las alemanas, incluso las muchachas ricas, creen que no pueden casarse más que con el hombre al que adoren. Madame de Cély proponía a la señorita de Vanghel diez buenos partidos. Todos aquello,; jóvenes le parecían a Mina vulgares, irónicos, casi malas personas>. Estaba pasando el peor año de su vida; perdió la salud y casi enteramente la belleza. Un día que fue a visitara madame de Cély le dijeron que en la comida conocería a la famosa madame de Larcay, la mujer más rica y atractiva del país. Se la citaba con frecuencia por la elegancia de sus fiesta y la manera perfectamente exento de detalles ridículos con que sabía derrochar una fortuna importante. A Mina le chocaron mucho las cosas vulgares y prosaicas que observó en el carácter de madame de Larcay. « ¡ Así hay que ser para agradar aquí! u En su dolor, pues para los corazones alemanes decepcionarse de « lo bello» es un dolor, Mina dejó de mirar a madame de Larcay y, por cortesía, se puso a hablar con su marido. Era éste un hombre muy sencillo, sin más méritos que el de haber sido baje del emperador Napoleón en la época de la retirada de Ruda y haberse distinguido en esta campaña y en las siguientes por una valentía superior a su edad. Habló a Mina, muy bien y muy sencillamente, de Grecia; donde acababa de pasar un año o dos batiendose por los griegos Su conversación agradó a Mina; este hombre le hizo el efecto de un amigo íntimo al que volviera a ver al cabo de mucho tiempo de separación.
Después de comer fueron a ver algunos lugares célebres del bosque le Compiégne. A Mina se le ocurrió más de una vez consultar a monsieur de Larcay sobre su difícil posición. La elegante apostura del conde de Ruppert, que aquel día seguía a caballo a las calesas, contrastaba con las maneras tan naturales y hasta ingenuas de monsieur de Larcay.