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Un hijo de madame de Cély encontró este mapa; Mina lo cogió y se lo llevó al parque. Pasó una hora siguiendo el viaje proyectado por monsieur de Larcay. Los nombres de las pequeñas ciudades que él iba a recorrer le parecían nobles y singulares. Se forjaba las imágenes más pintorescas de su posición, envidiaba la suerte de quienes las habitaban. Tan fuerte fue esta dulce locura, que disipó los remordimientos de Mina. A los pocos días se dijo en casa de madame de Cély que los Larcay se habían marchado a Saboya. Esta noticia la perturbó mucho; sintió un vivo deseo de viajar.
A los quince días llegaba a Aix, en un coche de alquiler tomado en Ginebra, una señora alemana de cierta edad. La acompañaba una doncella a la que la señora trataba con tan mal genio, que madame Toinod, la dueña de la pequeña fonda donde paraban las viajeras, se mostró escandalizada. La señora Cramer tolera el nombre de la alemana mandó llamar a madame Toinod.
Quiero tomar a mi servicio le dijo una muchacha del país que conozca Aix y sus alrededores; esta linda señorita que he cometido la tontería de traer conmigo, y que no conoce nada de aquí, no me sirve para nada.
Dios mío, me parece que su señora está furiosa con usted! dijo madame Toinod a la doncella en cuanto se quedaron solas.
No me hable repuso Aniken, con lágrimas en los ojos . Para esto me sacó de Francfort, donde mis padres tienen una buena tienda. Mi madre tiene los mejores sastres de la ciudad y trataba absolutamente igual que en París.
Su señora me ha dicho que cuando usted quiera le dará trescientos francos para volver a Francfort.
Me recibirían mal. Mi madre no creerá nunca que la señora Cramer me ha despedido sin motivo.
Bueno, pues quédese en Aix ; yo podré encontrarle un empleo: tengo una agencia de colocaciones y soy yo quien proporciona criados a los bañistas. Tendrá que pagar sesenta francos por los gastos, y todavía le quedarán diez hermosos luises de oro de los trescientos francos de la señora Cramer.