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Mina, lejos de tener un carácter inclinado a las decisiones prudentes, en las situaciones extremas no necesitaba más que una palabra para ver en un nuevo aspecto toda una situación de la vida. «En realidad se dijo, impresionada por la observación de su señora de compañía , mi disfraz ya no lo es para nadie; estoy deshonrada. Puesto que ya lo he perdido todo con Alfredo añadió en seguida, es una locura privarme de la felicidad de verle. Por lo menos, en el baile podré mirarle a. mis anchas y estudiar su alma.»Pidió antifaces, dominos; había traído de París unos diamantes; se los puso, bien para disfrazarse mejor a los ojos de Alfredo, bien por distinguirse de la multitud de máscaras y conseguir quizá que él le hablara. Se presentó en «La Redoute» del brazo de su señora de compañía e intrigando a todo el mundo por su silencio. Por fin vio a Alfredo, que le pareció muy triste. Le estaba siguiendo con los ojos y era feliz cuando una voz dijo muy bajo: «El amor reconoce el disfraz de la señorita de Vanghel. Mina se estremeció. Se volvió a mirar: era el conde de Ruppett.
No podio tener encuentro más fatal.
He reconocido sus diamantes, montados en Berlín le dijo. Vengo de Toeplitz, de Spa, de Baden. He recorrido todos los balnearios de Europa para encontrarla.
Si dice una palabra más le interrumpió Mina , no vuelvo a verle en la vida. Mañana, a las siete de la tarde, esté usted frente a la casa número 17 de la calle de Chambéry.
«¿Cómo impedir que monsieur de Ruppert diga mi secreto a los Larcay, a los que conoce íntimamente?» Este problema tuvo toda la noche a Mina en la más penosa preocupación. Desesperada, varias veces estuvo a punto de pedir caballos y marcharse inmediatamente. «Pero Alfredo creerá toda su vida que esta Aniken, a la que tanto amó, es una persona poco estimable que huyó, disfrazada, de las consecuencias de alguna mala acción. Más aún, si escapo sin advertir a monsieur de Ruppert, a pesar de su respeto por mi fortuna, es capaz de divulgar mi secreto.