El Caballero de la Maison Rouge (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Al oírle, el jefe de los voluntarios le acusó de ser un agente de Pitt, de estar pagado por Inglaterra. Lorin le impuso silencio en tono amenazador y Maurice, en vista del cariz que tomaban los acontecimientos preguntó a la mujer si la causa abrazada por quienes la defendían merecía la sangre que iba a correr. La desconocida le respondió que prefería que la matara él, allí mismo, y arrojara su cadáver al Sena, antes que sufrir las desgracias que su arresto acarrearía a ella ya otras personas.
Entonces Maurice ordenó a Lorin que atacara a los voluntarios si proferían la menor palabra; éstos intentaron defenderse, uno de ellos disparó su pistola y la bala atravesó el sombrero de Maurice. Lorin ordenó a sus hombres atacar a la bayoneta. En las tinieblas hubo un momento de lucha y de confusión durante el cual se escucharon una o dos detonaciones, imprecaciones, gritos, blasfemias; pero no acudió nadie, porque se había extendido el rumor de que iba a haber una masacre y se pensaba que ésta ya había empezado. Los voluntarios, menos numerosos y peor armados, quedaron fuera de combate en un instante. Dos estaban heridos gravemente, otros cuatro estaban arrimados a la pared, cada uno de ellos con una bayoneta en el pecho.
-Bien -dijo Lorin-. Espero que ahora seáis mansos como corderos. En cuanto a ti, ciudadano Maurice, te encargo de conducir a esta mujer al puesto de la alcaldía. ¿Te das cuenta que respondes de ella?
Maurice asintió y pidió a su amigo la contraseña; éste le dijo que esperase mientras se desembarazaba de los voluntarios, los cuales le acusaron de girondino. Entonces, Lorin se identificó ante ellos como miembro del club de los Termópilas y les aseguró que la mujer sería conducida al puesto. Unos y otros terminaron abrazándose y decidieron ir a beber unos tragos juntos; prometieron a los heridos enviarles unas camillas y, mientras los guardias nacionales y los voluntarios se dirigían al Palacio-Igualdad, Lorin se aproximó a su amigo, que permanecía junto a la desconocida en la esquina de la calle del Gallo.
-Maurice -dijo-, te he prometido un consejo y aquí lo tienes: ven con nosotros en lugar de comprometerte protegiendo a la ciudadana que, aunque parece seductora, no deja de ser sospechosa.
La mujer le rogó que no la juzgara por las apariencias y que dejara a Maurice concluir su buena acción acompañándola hasta su casa.

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