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En cualquier otra circunstancia, Maurice hubiera permanecido toda la noche junto a los patriotas que velaban por la salud de la República; pero, desde hacía una hora, el amor a la patria no era lo único que ocupaba su pensamiento. Continuó su camino, despreocupado de la noticia que acababa de conocer. Por otra parte, estas pretendidas tentativas de liberación se habían hecho tan frecuentes y los patriotas sabían que, en algunas circunstancias se utilizaban como medio político, que la noticia no le había inspirado gran inquietud.
Al llegar a su casa se acostó, durmiéndose rápidamente pese a la preocupación de su espíritu. Al día siguiente encontró una carta en su mesilla de noche; estaba escrita con una letra fina, elegante y desconocida; miró el sello, cuya divisa era una sola palabra inglesa: Nothing (Nada). Abrió la carta y leyó:
¡Gracias! ¡Agradecimiento eterno a cambio de eterno olvido!
Maurice llamó a su criado; éste se llamaba Juan, pero en 1792 había cambiado su nombre por el de Scevola.
-Scevola, ¿sabes quién ha traído esta carta?
-No; a mí me la ha entregado el portero.
-Dile que suba.
El portero se llamaba Arístides y subió porque le llamaba Maurice, muy apreciado por todos los criados con los que tenía relación, pero declaró que, si se hubiera tratado de otro inquilino, le hubiera dicho que bajara.
A las preguntas de Maurice, el portero contestó que la carta la había llevado un hombre a las ocho de la mañana. El joven pidió a Arístides que aceptara diez francos y le rogó que siguiera disimuladamente al hombre si volvía a presentarse.
Para satisfacción de Arístides, un poco humillado por la proposición de seguir a un semejante, el hombre no apareció.
Maurice se quedó solo; arrugó la carta y se quitó el anillo del dedo, dejándolo todo sobre la mesilla de noche. Trató de volver a dormir, pero al cabo de una hora volvió de su acuerdo, besó el anillo y releyó la carta. En ese momento se abrió la puerta; Maurice se puso el anillo y ocultó la carta bajo la almohada.
Entró un hombre joven vestido de patriota, pero de patriota superelegante. Su casaca era de paño fino, el calzón de casimir y las medias de seda fina. En cuanto a su gorro frigio, hubiera hecho palidecer, por su forma elegante y su bello color púrpura, al del mismo París.