El Caballero de la Maison Rouge (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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-¿Qué le hace estar triste? -preguntó Maurice.
-¿No está usted también más triste que de costumbre?
Maurice dijo que tenía razones para estar triste: era desgraciado, sufría.
-Y en este momento, ¿sufre usted?
-Mucho.
-Entonces, volvamos.
-¡Ah! es cierto; olvidaba que el señor Morand debe regresar de Rambouillet a la caída de la tarde, y que la tarde se acaba.
Geneviève le miró con una expresión de reproche.
-¡Oh! ¿Aún?
-La culpa es suya por haber hecho el otro día un elogio tan pomposo del señor Morand.
-¿Desde cuándo no se puede decir lo que se piensa de un hombre estimable delante de las personas a las que se aprecia?
-Es una estima muy viva la que le hace apresurar el paso, como ahora, por temor a retrasarse algunos minutos.
-Hoy es usted soberanamente injusto. Maurice, ¿no he pasado con usted una parte del día?
-Tiene usted razón: soy demasiado exigente. Vamos a ver al señor Morand, vamos.
-Sí, vamos a ver al señor Morand; al menos, él es un amigo que nunca me ha hecho sufrir.
-Esos son los amigos valiosos -dijo Maurice, ahogado por los celos-; me gustaría conocer a alguien parecido.
Habían llegado a la carretera; el horizonte enrojecía; el sol comenzaba a desaparecer y sus últimos rayos brillaban en las molduras de la cúpula de los Inválidos. Geneviève soltó el brazo de Maurice y le preguntó por qué la hacía sufrir.
-Porque soy menos hábil que otras personas que conozco, porque no sé hacerme amar. Si él es constantemente bueno, es que no sufre.
-Por favor, no hable más -dijo la joven.
Maurice prometió obedecerla y se pasó una mano por la frente sudorosa. Geneviève se dio cuenta de que él sufría realmente y le aseguró que no quería perder un amigo tan precioso como él.
-¡Oh! No lo lamentaría mucho tiempo - exclamó Maurice.
-Se equivoca; lo lamentaría mucho tiempo, siempre -respondió ella.
-¡Geneviève! ¡Geneviève! tenga piedad de mí.
Geneviève se estremeció. Era la primera vez que Maurice pronunciaba su nombre con una entonación tan honda.
Maurice dijo entonces que hablaría: iba a decirle todo lo que callaba desde hacía tiempo, ya que ella lo había adivinado. Pero la mujer le suplicó que guardara silencio en nombre de su amistad.

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