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Usted es un hombre de honor, ciudadano, y ahora que ha transcurrido una noche desde lo que sucedió ayer entre nosotros, debe comprender que su presencia en esta casa se ha hecho imposible. Cuento con usted para encontrar la excusa que desee dar a mi marido. Si hoy mismo viera llegar una carta suya para el señor Dixmer, me convencería de que debo llorar a un amigo desgraciadamente enajenado, pero que todas las conveniencias sociales me impiden volver a ver.
Adiós para siempre.
Geneviève.
P.S. -El portador espera la respuesta.
Maurice llamó al criado y le preguntó si todavía esperaba el portador de la carta. El criado contestó afirmativamente y Maurice saltó de la cama, se puso unos pantalones, se sentó ante su pupitre, tomó la primera hoja de papel que halló (un papel impreso con el nombre de la sección), y escribió:
Ciudadano Dixmer,
Yo te apreciaba, te aprecio todavía, pero no puedo volver a verte.
Corren ciertos rumores sobre su tibieza política. No quiero acusarle ni defenderte. Reciba mis disculpas y esté seguro de que sus secretos permanecerán encerrados en mi corazón.
Maurice no releyó la carta; tomó sus guantes y su sombrero, y se dirigió a la sección, esperando recuperar su estoicismo con los asuntos públicos; pero éstos eran terribles: se preparaba el 31 de mayo. El Terror, que se precipitaba desde la Montaña parecido a un torrente, intentaba arrancar el dique que trataban de oponerle los girondinos, los audaces moderados que habían osado pedir venganza por las matanzas de septiembre y luchar un instante por salvar la vida del rey.
Mientras Maurice trabajaba con ardor, el mensajero llegaba a la antigua calle Saint-Jacques, llenando la casa de estupefacción y espanto. Dixmer leyó la carta sin comprender nada y se la entregó a Morand.
En la situación en que se encontraban Dixmer, Morand y sus compañeros, perfectamente desconocida para Maurice, la carta caía como un rayo. Los hombres discutían sobre la honestidad de Maurice y la posibilidad de que hubiera descubierto sus secretos, manifestando algunos su arrepentimiento por no haberle matado en el primer encuentro.
-Escuchen -dijo Morand-: nuestro batallón estará de guardia en el Temple el 2 de junio; es decir, dentro de ocho días. Dixmer, usted es el capitán, y yo teniente; si nuestro batallón o nuestra compañía reciben contraorden, como la ha recibido el otro día el batallón de la Butte-des-Moulins, al que Santerre reemplazó por el de Gravilliers, es que todo está descubierto, y lío nos quedará otra solución que huir de París o morir combatiendo.