El Caballero de la Maison Rouge (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Pero si todo sigue su curso...
-Estamos perdidos igualmente -dijo Dixmer-. ¿No se basaba todo en la colaboración de ese municipal? ¿No era él quien, sin saberlo, debía
abrirnos paso hasta la reina?
-Es cierto -dijo Morand, abatido.
-Ya ve que necesitamos volver a relacionarnos con ese joven a cualquier precio. Interrogaré a Geneviève, ella ha sido la última en verle y quizá sepa algo.
-Dixmer -dijo Morand-, veo con pena cómo mezcla a Geneviève en todos nuestros complots; no es que tema una indiscreción por su parte, pero jugamos una partida terrible, y tengo miedo y piedad de mezclar en nuestro juego la cabeza de una mujer.
-La cabeza de una mujer vale lo mismo que la de un hombre allí donde la astucia, el candor o la belleza pueden hacer tanto, o incluso más que la fuerza, el poder y el valor. Geneviève comparte nuestras convicciones y compartirá nuestra suerte.
Morand replicó que hiciera como gustase; él ya había dicho lo que debía y consideraba a Geneviève digna de cualquier empresa. Los dos hombres se estrecharon la mano, y Dixmer se dirigió a las habitaciones de su esposa. Esta se hallaba sentada ante una mesa, con los ojos fijos en un bordado y la cabeza baja.
-He recibido una carta de nuestro amigo Maurice de la que no comprendo nada -dijo Dixmer-. Tome, léala y dígame lo que piensa.
Geneviève tomó la carta con una mano cuyo temblor no podía ocultar.
-Pienso que el señor Lindey es un hombre honrado -dijo.
-¿Cree que él ignora quiénes son las personas que ha visto en Auteuil?
-Estoy segura.
-Entonces, ¿por qué esta brusca determinación?, ¿le ha parecido que ayer estaba más frío o emocionado que de costumbre? Piense bien lo que me responde, porque su respuesta va a tener gran influencia en nuestros proyectos.
-Creo que era el mismo de siempre. Escuche: ayer estaba desagradable; el señor Lindey es un poco tirano con sus amistades... y a veces hemos estado enojados semanas enteras.
-Entonces, ¿esta carta no será un pretexto para no volver a la casa?
-Amigo mío, ¿cómo quiere que yo lo sepa?
-Dígamelo Geneviève; porque esto no se lo preguntaría a ninguna mujer que no fuera usted.
-Sí, es un pretexto.
Dixmer advirtió a su esposa que quizá Maurice sabía más de sus secretos de lo que ellos sospechaban y le pidió que escribiera al joven pidiéndole una explicación.

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