Página 49 de 176
Usted comprende que yo no tengo la fatuidad de creer que mi presencia pueda ser peligrosa para su tranquilidad
o la de su esposa, pero puede ser una fuente de calumnias, y usted sabe que cuanto más absurdas son éstas, más fácilmente se les da crédito. De lejos no seremos menos amigos, porque no tendremos nada que reprocharnos; mientras quede cerca, por el contrario... las cosas hubieran podido acabar por envenenarse.
-Pero, ¿por qué no me ha escrito esto?
-Para evitar lo que sucede ahora entre nosotros.
-¿Se ha enfadado usted porque le aprecie lo suficiente para venir a pedirle una explicación?
-Todo lo contrario. Le juro que me alegro de haberle visto otra vez antes de dejar de verle para siempre.
-¡No vernos más! Nosotros nos apreciamos. Morand me lo decía esta mañana: «Haga lo que pueda para hacer volver a Maurice.» Ahora volvamos al objeto de mi visita. Hablemos francamente: ¿por qué hace caso de vanas habladurías de vecino ocioso?, ¿no tiene usted su propia conciencia? y Geneviève, ¿no cuenta con su honestidad?
-Soy más joven que usted y puede ser que vea las cosas con una mirada más suspicaz. Por esto le digo que no debe existir la menor habladuría sobre una mujer como Geneviève. Permítame que persista en mi resolución.
-Ya que estamos en plan de confesiones, confesemos otra cosa: que no es la política, ni el rumor de sus asiduidades a mi casa lo que le obliga a dejarnos, sino el secreto que ha conocido, el asunto del contrabando que usted supo la misma tarde en que nos conocimos. Jamás me ha perdonado ese fraude, y me acusaba de mal republicano por servirme de productos ingleses en mi curtiduría.
-Querido Dixmer; le juro que, cuando acudía a su casa, me había olvidado por completo de que estaba en casa de un contrabandista.
-Entonces, ¿no tiene otro motivo que el que me ha dicho para abandonar la casa?
-Se lo juro por mi honor.
-Bien -dijo Dixmer levantándose y estrechando la mano del joven-; espero que reflexione y se arrepienta de esta decisión que nos causa tanta pena a todos.
Maurice no respondió nada, y Dixmer salió desesperado por no haber podido conservar las relaciones con este hombre que las circunstancias hacían no sólo útil, sino indispensable.
Maurice permaneció inexorable en su decisión, pero cayó en una melancolía profunda.