El Caballero de la Maison Rouge (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Lorin intentó distraerle de sus penas, pero no consiguió devolverle su antigua actividad de republicano exaltado.
Entretanto, los acontecimientos se precipitaban: girondinos y jacobinos, tras diez meses de enfrentamiento en los que se habían dirigido pequeños ataques, se aprestaban a una lucha que se anunciaba mortal para uno de los dos.
Tras el l0 de agosto, las naciones que formaban la coalición habían atacado a Francia; Longwy y Verdún cayeron en poder del enemigo. Entonces Danton llevó a cabo las sangrientas jornadas de septiembre, mostrando al enemigo a toda Francia como cómplice de un inmenso asesinato, dispuesta a luchar por su existencia comprometida con toda la fuerza de la desesperación.
Salvada Francia, la energía ya no fue necesaria, y el partido moderado recuperó fuerza, y recriminó a los jacobinos estas jornadas terribles. Se pronunciaron las palabras homicida y asesino; incluso se añadió al vocabulario de la nación una palabra nueva: septembrizador.
Con el proceso de Luis XVI se presentó una nueva ocasión de reemprender el terror. La coalición tomó nuevas energías, Dumouriez acusó a los jacobinos de desorganización y se declaró partidario de los girondinos, la Vendée se levantó. Los jacobinos acusaron a los girondinos de traición y quisieron terminar con ellos el l0 de marzo, pero su precipitación salvó a sus enemigos.
Sin embargo, después del 10 de marzo, todo presagiaba ruina para los girondinos: rehabilitado Marat, reconciliados Robespierre y Danton, y nombrado Hanriot, el septembrizador, comandante general de la guardia nacional, todo auguraba la jornada terrible que debía arrasar el último dique que la Revolución oponía al Terror.
En cualquier otra circunstancia, Maurice hubiera tomado parte en estos acontecimientos. Pero, ni las exhortaciones de Lorin, ni las terribles preocupaciones de la calle habían podido desalojar de su espíritu la única idea que le obsesionaba, y cuando llegó el 31 de mayo estaba acostado en su cama, devorado por esa fiebre que mata a los más fuertes y que, sin embargo, es suficiente una mirada para disiparla, una palabra para curarla.
Durante la jornada del 31 de mayo, mientras la alarma resonaba desde el alba, el batallón del arrabal Saint-Victor entraba en el Temple. Tras ellos llegaron los municipales de servicio, y cuatro piezas de cañón se añadieron a la batería de la fortaleza.
Al mismo tiempo que los cañones llegó Santerre, pasó revista al batallón y a los municipales, y observó que faltaba uno de éstos.

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